¿Dinero mata a literatura?

Alejandro C Manjarrez
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Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca

pública puede medirse la cultura de un pueblo.

John Ernst Steinbeck

 

La letra con sangre entra.

Dicho popular

 

Muchos literatos viven para la política: unos se inspiran en ella; otros la explotan, y varios han llegado a ser lo que se conoce como “orgánicos”.

A pesar de entrar en la definición de Aristóteles (zoon politikon), pocos intelectuales podrían ser señalados como beneficiarios de ese ejercicio. Aunque de una u otra forma un buen número de ellos se encuentre o haya estado cerca de la ubre gubernamental que “ordeñan” los políticos.

Como bien sabe el lector, las becas, premios y reconocimientos suelen ser administrados por el Estado y sus gobiernos. Y a veces, hay que decirlo, manipulados con la intención de dominar a las conciencias, buenas o malas, depende el color del cristal.

Por su parte los políticos viven en el otro extremo: pocos se interesan en la literatura. La mayoría no lee. Unos cuantos llegan a conocer a quienes la representan pero ninguno la promueve.

Se cuentan con los dedos de la mano los políticos que conocen la vida y la obra de los intelectuales. Excepto los ex que mandan hacer sus memorias, nadie ha vivido o vive de y para la literatura.

Los buenos ejemplos

Mario Vargas Llosa, ha criticado hasta el hartazgo a los políticos. Sin embargo, él quiso ser uno de ellos cuando compitió por la presidencia de Perú. Como seguramente lo recuerda usted, Mario es el escritor y literato que acuñó aquello de que en México se vivía una dictadura perfecta. Supongo que parafraseó a Evtuchenko, el poeta ruso que dijo lo mismo con el siguiente agregado: mitigada por la corrupción.

Carlos Fuentes también ha navegado en las aguas a veces turbias y procelosas de la política mexicana. Incluso, en uno de sus libros (En esto creo), el autor de Las buenas conciencias (entre otros muchas obras) aceptó que la política es como su segundo líquido amniótico porque, dijo, creció nadando en ella y en sus primeros treinta años presenció lo mejor y lo peor de la polis.

Octavio Paz, quizá el más emblemático del México de las letras, incursionó en el medio como crítico de la función pública y de la democracia mexicana. Sus constantes “visitas” a la política lo inspiraron para escribir El ogro filantrópico. Fue amigo de presidentes (tal vez el más incómodo) pero conservó incólume su prestigio. Salvador Díaz Mirón diría que cruzó el pantano sin mancharse su plumaje.

Ricardo Garibay, crítico de los críticos, también pasó por los laberintos del poder. Parte de su obra se basa en esas experiencias, unas alegres y festivas, y otras tristes y amargas. Díaz Ordaz medio lo convenció. Echeverría fue su amigo de la escuela. López Portillo su mejor antagónico. De la Madrid su admirador. Salinas le dio la vuelta. Y él se aisló del poder para sacudirse las huellas que éste suele dejar.

Con los pies en la tierra

En ese pantano que se llama política, hay un aspecto digamos que trágico: casi nadie se libra de las salpicaduras que dispersa.

Pero también se da un efecto favorable a la causa de los políticos: una vez seco, el lodo se vuelve polvo y puede desaparecer con una leve sacudida.

De ahí la prevalencia de los políticos.

Y por ello el olvido que hace felices a ciertos intelectuales.

Cuando vienen a la cabeza reflexiones como las que acaba usted de leer, uno se pregunta:

¿Por qué los políticos no leen? ¿De dónde vendrá su fobia a los libros? ¿Qué les habrán hecho sus maestros para que prefieran la ignorancia a la sabiduría que da la literatura? ¿Cuáles serán sus complejos y cuáles sus ángeles de la guarda? ¿Acaso el dinero mata a la ignorancia?

Cualquier respuesta que se nos ocurra llegará acompañada con la estela del poder político. Por ejemplo:

No leen porque la lectura les quitaría el tiempo que dedican al pueblo que los llevó al poder. Los libros nunca dicen lo que ellos necesitan saber. Sus maestros los sometieron a la frase aquella que reza: la letra con sangre entra. Confían en la suerte que prodigan los amigos con poder y necesidad de escuchar lisonjas. El dinero los ha vuelto guapos, inteligentes y cultos. Y como con dinero baila el perro...

Pero no todo tiene el color del espejo de Tezcatlipoca. Mañana, si me lo permite el lector, le contaré por qué...

Alejandro C. Manjarrez