Puebla, el rostro olvidado (Grupos de presión II)

Réplica y Contrarréplica
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Los primeros coqueteos

En México las negociaciones o concertaciones de la Iglesia católica con el gobierno, se habían realizado bajo un mimetismo muy conveniente para ambas partes. Por un lado, los altos prelados simulaban respetar la Constitución de la República; y por otra parte, los funcionarios católicos, dependiendo el suelo que pisaran, se convertían en los corderos más mansitos al servicio del sacerdote de su confianza. Tanto coqueteo e indefinición llegó a su límite con la claridad del artículo 130 Constitucional, y después de algunos favores mutuos, como la desaparición del Instituto Lingüístico de Verano, o las invitaciones del párroco a sus feligreses para votar y acabar con el abstencionismo.

Todo cambió cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari invitó a la alta clerecía católica a su toma de posesión. El momento inició las definiciones que sirvieron de preámbulo a las modificaciones constitucionales que convirtieron a los sacerdotes en simples mortales con derechos y obligaciones.

Antes de este parteaguas político–religioso, la mayoría de los sacerdotes de la cúpula clerical se comportaron como niños mustios y traviesos.  Pero también los hubo cínicos que con la mano en la cintura y actitudes retadoras  transgredieron los ordenamientos civiles como preámbulo a la petición de reformar la máxima ley de México.

Veamos algunos antecedentes de lo que en nuestro país podría ser el origen de una relación contrahecha por el maridaje entre los poderes civil y clerical.

Nueve años antes del pronunciamiento independentista de Dolores, Miguel Hidalgo y su íntimo amigo Abad y Queypo fueron procesados por la Inquisición acusados de liberales. Más tarde, cuando el padre de la patria se declaró enemigo del gobierno español, Abad adoptó la posición contraria y excomulgó al que había sido su compañero de cuitas. Lo que hizo Queypo fue demostrar sus ambiciones humanas. Nunca actuó inspirado en el Espíritu Santo ni en la religión católica a pesar de sus votos. Simplemente vio la oportunidad de lograr  sus fines personales y quiso aprovecharla. Lo que sucedió al amigo de Hidalgo le ha ocurrido a muchos prelados comodinos e influyentes.

“Las causas de esta extraña conducta fueron dos. Una fue el patriotismo: era español. Pero también Mina era español, así que no fue la causa principal. La principal fue la ambición. Viajó por tierra y mar para conseguir la canojía penitenciaria de Valladolid. Obtenida ésta, trabajó para que lo eligieran obispo de Michoacán. Siendo ya obispo electo, alcanzados ya los privilegios que no tenía ningún otro de los canónigos de la Nueva España (…) se manifestó acérrimo defensor del gobierno español(…) a fin de que lo recomendara eficazmente al Papa, para obtener bulas de confirmación y consagración como obispo de Michoacán. Después pretendió ardientemente en España el obispado de Lérida. La ambición, dice el sabio Alápide, es una pasión vehementísima que embriaga como el vino.”

Antes de la Independencia, durante tres siglos, la explotación del indígena en manos de los españoles, incluido el clero era común. Para la mayoría, los indios eran simples esclavos menos importantes que los perros del conquistador. Los seglares les robaban sus bienes, mujeres e hijas. Los clérigos seculares lucraban con la encomienda. Cuando alguien intentaba frenar este tipo de comercio humano, aparecían con extraña fecundidad sus defensores. Ocurrió ante la publicación de un canon que obviamente fue apelado por canónigos, curas y otros clérigos. Se basaba en el derecho de propiedad. La respuesta del Concilio a la necedad de los esclavistas fue que no existía prohibición para tener esclavos en propiedad, pero que el comercio de ellos estaba vedado por ser contrario al espíritu sacerdotal. Dijo el padre Nájera (Fray Manuel de San Juan Crisóstomo, prior del Carmen de Guadalajara) en su célebre sermón del 12 de diciembre de 1839: “¿No te provoca lástima, no se te arrasan tus ojos de lágrimas al leer la historia de tus triunfos en mi patria escritos aún con sangre inocente? ¿No te despedazan los remordimientos, al ver el cuadro que representa México en todo el siglo XVI?”

Nájera fue, quizá, uno de los pocos prelados que criticaron los crímenes cometidos por españoles bajo el frondoso árbol del catolicismo y con la aquiescencia de sus comprensivos confesores.

Alejandro C. Manjarrez