Puebla, el rostro olvidado, (Grupos de presión, golpes de pecho)

Réplica y Contrarréplica
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El Clero

El historiador Jean Meyer refiere cómo la Iglesia católica llegó al país con el conquistador español y, por ello, considera muy difícil separar lo espiritual de lo secular en este acto, sobre todo porque los reyes católicos Fernando e Isabel tenían la firme intención de proteger a la Iglesia que tuvo la ventaja de contar con la religiosidad del indígena. Así, el catolicismo fue sembrado en suelo fértil.

La conquista espiritual de las tierras descubiertas –preocupación fundamental de los reyes católicos–, fue, dice Meyer, “la justificación fundamental de la conquista material y la única excusa de la violencia desencadenada” por los conquistadores. La Iglesia católica entró en la conciencia de los naturales a sangre y fuego. Y a sangre y fuego consolidó su dominio espiritual.

Tres siglos de Inquisición en la Nueva España son la mejor demostración de la carencia de sentimientos y exceso de fanatismo que privaba en “el hombre blanco y de razón.”

La historia nacional en la primera mitad del siglo XIX es una historia de inestabilidad política y social caracterizada por la lucha entre conservadores y liberales. En esta contienda, la Iglesia católica tomó partido con los primeros, cuya derrota propició una de las páginas más brillantes de nuestro pasado: la Reforma.

Pero la Reforma no acabó con el aliento de los reaccionarios. Y el porfiriato permitió al clero renacer como potencia política.

En Puebla, según el historiador Jesús Márquez, la Iglesia católica experimentó importantes cambios entre 1889 y 1910. Con ellos se consolidó como organismo social moderno. Esos cambios fueron impulsados por la actividad de dos prelados: Perfecto Amézquita y Gutiérrez y Ramón Ibarra y González.

A principios de siglo los católicos mexicanos entendieron la importancia de las cuestiones sociales. Desde 1900 el obispo de Puebla se propuso organizar un congreso católico para unificar criterios ante la problemática social. Sus esfuerzos culminaron con éxito tres años después.

Jean Meyer señala que en el congreso, celebrado en ocasión del vigésimo quinto aniversario de la elección del papa León XIII, se reunieron 19 eclesiásticos y veinte seglares para discutir sobre el sindicalismo, caracterizado, según ellos, por la obediencia respetuosa y la sumisión cristiana a los gobernantes. La discusión sobre la caridad y la asistencia pública no fue nada espectacular, no así la del alcoholismo que acaparó la atención debido al origen de ese mal íntimamente relacionado con la existencia de cacicazgos y la producción clandestina de aguardiente, comercio del cual nacieron grandes capitales.

El congreso se caracterizó por el espíritu de competencia con el gobierno y los temas de la prensa católica y la educación fueron los que más predominaron. En el primero, el periodista poblano Trinidad Sánchez Santos, se quejó de la dificultad para editar periódicos católicos (en la correcta acepción de la palabra), cuyo tiraje era de siete mil ejemplares diarios frente a ciento cincuenta mil de los gubernamentales. En el segundo, los congresistas se lamentaron de la situación precaria de la Iglesia católica. También analizaron la situación del indio al que definieron arraigado a una isla de miseria y de ignorancia, incapaz de mejorar moral o intelectualmente. Sus problemas sólo podían resolverse –dijeron– de manera global, económica, social, educativa y políticamente.

En sus recomendaciones, los congresistas insistían en la necesidad de respetar las particularidades y autonomía locales, y formar un comité de juristas católicos para defender los intereses indígenas ante los tribunales de justicia de cada estado.

En 1900 el obispo de Puebla inició la integración de un equipo especializado para difundir las tesis de la doctrina social católica mediante el envío de orientaciones a las parroquias. En 1906, el primer sínodo diocesano recomendó a los sacerdotes respetar a las autoridades políticas en las cuestiones afines a derechos eclesiales y les propuso cooperar con ellas cuando le solicitaron ayuda en obras de utilidad para demostrar el impulso dado por la Iglesia al verdadero progreso.

Años después, el radicalismo de Aquiles Serdán asustó a Francisco I. Madero, todavía apegado a la idea de relevar a los gobernantes sin  cambiar el sistema político porfirista. Por eso y a pesar de la oposición de Aquiles, con el apoyo de la clase media poblana y el alto clero, en su campaña por la Angelópolis pronunció demandas coincidentes con el ideario de los católicos, lo cual obviamente atrajo su simpatía. En el Congreso Católico, Trinidad Sánchez expresó lo siguiente:

“El embate de la Iglesia de Cristo es eminentemente social (…); el gran combate de la democracia cristiana con el socialismo masónico; del círculo de obreros con la taberna y el pillaje; de la caja de ahorros con la miseria y la prostitución(…) el gran combate en que el ejército tiene por alas derecha e izquierda, la escuela y la prensa y por centro la autoridad sublime de Roma y la acción prestigiosa, directiva y sabia del episcopado.”

Desde 1909, los dirigentes católicos querían organizar un partido político.  Su proyecto se frustró momentáneamente al iniciarse la revolución. Aunque Madero siempre les demostró simpatía, los militantes católicos evitaron comprometerse con el movimiento revolucionario. La afinidad de Madero con los poblanos católicos se demuestra en un párrafo de la carta que Jean Meyer cita, la cual fue enviada el 30 de diciembre de 1909 por el apóstol de la democracia a Celedonio Padilla, uno de los organizadores del Partido Católico Nacional. En su misiva Madero señaló:

“La unión de ustedes con nosotros aumentará la fuerza y el prestigio de ambos partidos que, aunque de diferente nombre, tienen exactamente las mismas aspiraciones y principios (…) Respecto a la influencia que tenga su partido sobre todos los estados vecinos, no teman ejercerla libremente pues nuestro partido (…) no solamente no se encelará sino (lo) verá con grandísima satisfacción.”

Poco después aprovecharon las facilidades otorgadas en el régimen maderista, y el 5 de mayo de 1911 fundaron el partido Católico Nacional en un congreso, donde destacó la presencia de los delegados de Morelia, Guadalajara y Puebla. Los cuadros partidistas demostraron tener sensibilidad política cuando redactaron su programa con ocho puntos; solamente uno no encuadraba con las demandas maderistas ya oficiales.

Bajo el cobijo auxiliar del régimen, el Partido Católico Nacional tuvo gran participación política. En las elecciones municipales de Puebla, celebradas en 1913, ganó varias alcaldías. Según el investigador Jesús Márquez, el Partido Católico Nacional también gañó dos elecciones de gobernador sin que obtuviera el reconocimiento de las victorias.

Los esfuerzos de Perfecto Amézquita y Gutiérrez, pero sobre todo los del arzobispo Ramón Ibarra y González, sobrevivieron a su muerte ocurrida en la Ciudad de México el 5 de febrero de 1917, día en que se promulgaba la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. 

Su obra la continuó el vicario capitular Enrique Sánchez Paredes. Este clérigo, seguramente inspirado por la lucha de los alemanes contra su propio gobierno encabezado por Bismarck, fundó en 1918 la Unión Popular para la Acción Social. El primer presidente de esta organización de claro tinte político fue nada menos que Francisco de Velazco, representante de la industria textil, expresidente municipal de Puebla en los últimos años del porfiriato (1906-1911), y exiliado político de 1914 a 1917. En la junta directiva aparecían importantes hombres de negocios como José María Ovando, Francisco Tamariz, Alberto López Yáñez  y hasta el cónsul español en Puebla, Carlos Alonzo Miyar.

La Unión Popular para la Acción Social se fundó para difundir la doctrina de la Iglesia, especialmente el contenido de la Encíclica II Fermo Propósito, del 11 de julio de 1905. Con el objeto de cumplir esa misión, organizó la primera semana social –desde el 27 de abril al 3 de mayo– en la cual se propuso combatir las doctrinas disolventes promovidas por los socialistas entre la clase trabajadora.

Sánchez Paredes también impulsó en Puebla la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos (ACJM) y la Unión de Damas Católicas (UDC). 

La primera empezó  a funcionar en 1918. Dos años más tarde, ya arzobispo, designó a Ignacio Márquez como asistente eclesiástico de la ACJM en la arquidiócesis.

Tanto Márquez como Sánchez Paredes recibieron la invitación de Ramón Ibarra y González para estudiar en el Colegio Pío y en la Pontificia Universidad Gregoriana, en aquellos años las principales instituciones difusoras en el mundo de la doctrina social de la Iglesia.

La influencia de la ACJM se extendió a las parroquias y, a mediados de los fabulosos veinte, se consolidó en casi todo el territorio del estado.

Ignacio Márquez también fue asistente eclesiástico de la UDC en Puebla. La agrupación fundada en México en 1922, pretendía restaurar el orden social cristiano en el país y Márquez contribuyó a su consolidación en la entidad. A fines de 1925 ya tenía 12 de los 162 centros locales existentes en la república. Seis de ellos reunían en Puebla el diez por ciento del total de la membresía activa en el país.

La simpatía que la cúpula católica le prodigó al régimen golpista de Victoriano Huerta, hizo que los constitucionalistas, vencedores en la lucha de las distintas corrientes revolucionarias, extremaran sus posiciones anti clericales una vez que expulsaron del poder al general Huerta. Esa respuesta a un clero que falló en sus inclinaciones políticas, sirvió a los obispos para radicalizar su posición contra el gobierno civil. Curiosamente el gobierno de Estados Unidos también brindó apoyó a Huerta, coincidencia que se repitió con Plutarco Elías Calles como presidente. Fue cuando, entre otras cosas, los curas decidieron suspender el culto católico en todo el país y culpar de ello a la autoridad dando vida al movimiento católico conocido como Rebelión Cristera.

Alejandro C. Manjarrez