Puebla, el rostro olvidado (Los grupos de presión)

Réplica y Contrarréplica
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 El Clero

Después de cincuenta años de torturas, persecuciones y muertes, los habitantes de América adoptaron la religión del conquistador; se hicieron espiritualmente hermanos de Cristo y descendientes de Abraham.

Arturo Uslar Pietri, escritor venezolano, comentó al periódico “La Jornada” (15 de abril de 1990) que:

“Los españoles (…) traían consigo una cultura, una religión y una concepción del mundo, que junto con las culturas indígenas, sobre todo las grandes culturas de los mexicas y las peruanas andinas; y luego las varias culturas africanas que trajeron los negros, se creó una nueva circunstancia histórica que todavía no acabamos de conocer. A casi medio milenio de haberse establecido esta mezcla de razas que formalizaron una religión –la católica– con matices heterodoxos, hasta hoy vemos que el credo de Nicea busca adaptarse a los requerimientos culturales de una sociedad muy lejos de considerarse estrictamente apegada a los cánones del catolicismo tradicional”. 

La jerarquía eclesiástica siempre ha manifestado que la mayoría de los mexicanos son católicos. Esta aseveración sería cierta si tomáramos en cuenta el dicho de los ciudadanos que para efectos estadísticos declaran a la católica como su religión. Pero si fuésemos rigurosos en el análisis, tendríamos que aceptar que en México cada uno es católico a su manera y no a la del Vaticano, a pesar del entusiasmo papal por recuperar el terreno perdido a través de los siglos de estatismo dogmático. Justo es reconocer el esfuerzo de Karol Wojtyla por modernizar la religión católica con la intención de recuperar fieles para su causa. Por ejemplo, aceptó que en Brasil, la liturgia sufriera algunos cambios para incluir en ella parte del ritual africano, dio cabida como sacerdote a un pastor protestante que con su esposa e hijos se convirtió al catolicismo y se ha a propuesto santificar al beato Juan Diego. Si el tiempo le alcanza pues, la santificación de Juan Diego hará de su papado la gestión católica más audaz ya que destruirá los añejos prejuicios que pusieron en tela de duda el milagro del Tepeyac. Y esto le permitirá reducir un poco la ventaja que le llevan los credos de la competencia, cuya maratónica carrera hacia la conquista de conciencias no tiene parangón.

En esa competencia los católicos han sufrido severos desgastes debido a que las otras religiones no tienen nada que perder y sí mucho que ganar. Además, por lo arcaico del derecho canónico, pocos sacerdotes resistirían un juicio ceñido a sus reglas. La ruptura del celibato, la simonía e intromisiones en la política, son elementos que bien podrían fundamentar un juicio sumario para quitar los hábitos –tal y como se degrada a un soldado desleal o desertor– a los malos eclesiásticos.

Independientemente de la falta de vocación de una buena parte de los cuadros sacerdotales, por la dispareja competencia espiritual de religiones mucho más laxas en su liturgia, la iglesia católica ha perdido la influencia que antaño ejercía entre los feligreses.

Así como se acostumbra en el ambiente comercial, los contrincantes que en este caso son las llamadas herejías reformistas (protestantes, evangélicos, fundamentalistas, pentecosteses, etc.) le han quitado clientela a la Iglesia de Roma. Esto, además del inusitado avance de las sectas convertido ya en un dolor de cabeza permanente, y del enemigo interno representado por la Teología de la Liberación. Vemos, pues, que el Papa, los cardenales y el resto de la jerarquía Romana están viviendo una de las peores pesadillas desde que Lutero irrumpió en la modorra católica.

La Teología de la Liberación es una corriente sustentada por importantes sectores del clero católico romano en América Latina. Indirectamente fue promovida por teólogos holandeses inspirados en la Teología de la Esperanza –principalmente Juergen Molman–para propiciar el diálogo entre marxistas y cristianos europeos.

Los teólogos holandeses, como el célebre Iván Ilysh, fundador del Centro de Información y Documentación (CIDOC), se desempeñaron como asesores en la reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) celebrada en Medellín, Colombia en 1968, cuyos documentos fueron el apoyo económico de la Teología de la Liberación, representada en su momento en lo teórico por el sacerdote Gustavo Gutiérrez y en la práctica por los obispos Dom Helder Cámara y Sergio Méndez Arceo.

La base bíblica de la Teología de la Liberación es el libro del Éxodo, los reclamos de justicia expresados por los profetas menores (Amós y), el Magnifícat de María, la opción de los pobres de Jesús y la Epístola de Santiago.

Históricamente reivindica la comunidad de la iglesia primitiva, el voto de pobreza de las órdenes monásticas, a la pastoral de los primeros prisioneros en América Latina (Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, etc.) y la labor de los curas revolucionarios como Miguel Hidalgo y José María Morelos.

Su metodología especulativa acredita validez al materialismo dialéctico usado a manera de herramienta para el análisis de la realidad como contexto de la elaboración de la teología libertadora.

El clero vinculado directamente al pueblo, respondió favorablemente al estímulo de la Teología de la Liberación, y fomentó la creación de las comunidades eclesiales de base. Pero la jerarquía que jamás simpatizó con esa corriente, primero observó el movimiento con cautela, después con reservas, más tarde lo enfrentó y acabó por reprimirlo hasta llegar a la rectificación de los documentos de Medellín en la reunión de la CELAM celebrada en Puebla en 1978, donde se determinó retirarle el fundamento canónico.

El alto clero apoyó a los gobiernos despóticos y utilizó el brazo secular para reprimir a los comprometidos con la Teología de la Liberación, como monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado en El Salvador.

La Teología de la Liberación, hizo surgir una paradoja irresoluble, porque polariza la pastoral y la misión de la Iglesia en uno solo de sus aspectos; sin embargo, es totalmente fiel a la tradición católica romana porque predica la salvación por obras (opción o compromiso con los pobres y congruencia con los documentos pontificios).

La jerarquía clerical desconoció y combatió a la Teología de la Liberación por las presiones del capitalismo sobre el Vaticano. Esa fue la causa de los pronunciamientos en contra, expresados por Juan Pablo II, cuando visitó Centroamérica en marzo de 1983 (recordemos el regaño propinado a Ernesto Cardenal en Nicaragua) y Bogotá, Colombia, en julio de 1986.

Los protestantes critican a la Teología de la Liberación porque dicen que es parcial, que no abarca todo el problema humano y que su exégesis se descontextualiza al insistir en la salvación por obras y al temporalizar los intereses de la Iglesia.

Cuando se define la separación de la Iglesia y el Estado, asume una de las proposiciones básicas de la prédica de Jesús, expresada con la afirmación “Mi reino no es de este mundo”. Al optar por la defensa de los derechos de los pobres –que en la Teología de la Liberación se entiende como 

opción por el socialismo– más bien renuncia a la lucha por el poder, particularmente el económico.

Este asunto adquiere mayor importancia desde la perspectiva histórica si recordamos los hechos verificados en la lucha de investiduras de la Edad Media, cuando la disputa era entre los monarcas.

Parece que los precursores del ideal bíblico la separación Iglesia –Estado expresado en la frase “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, fueron el inglés Juan Wiclef (1324-1384) iniciador del protestantismo y el checoeslovaquio Juan Huss ( 1369-1415). Ambos coincidían en que el rey solo tenía dominio absoluto en lo temporal y la Iglesia en lo espiritual. Huss fue el más perjudicado por sus ideas, Alejandro V lo excomulgó y quemó vivo por orden del Concilio de Constanza.

La reforma protestante iniciada por Martín Lutero el 31 de octubre de 1517 en la ciudad alemana de Wittembert, propuso que la misión de la Iglesia era espiritual, dejando a los príncipes las cuestiones del Estado. En la actualidad las iglesias evangélicas preconizan que su democracia interna procura preparar el camino a sus fieles, en tanto, ciudadanos, para que aprendan el libre ejercicio del voto. Empero, como instituciones están totalmente alejadas de la participación política.

La verdad es que la Teología de la Liberación y las actividades de las iglesias protestantes crearon pésimas expectativas para los dirigentes de la Iglesia católica. Ante ese desolador panorama, la clerecía norteamericana diseñó una estrategia para combatirlas, pero no ha dado resultado a pesar del empeño y su concepción “casi perfecta”.

En 1968,  la reunión de la CELAM dio el primer aliento a las comunidades de base y proclamó, como orientación fundamental de la iglesia, la opción por los pobres. En la siguiente reunión celebrada en Puebla, la resolución fue contraria y opuso la Teología del Cautiverio, por la que se retornó a la antigua posición: influenciar las estructuras de poder y las decisiones gubernamentales.

Asimismo, la Iglesia echó a andar mecanismos tendientes a restaurar la fuerza e influencia de Don Helder Cámara –“el obispo rojo”– y a Sergio Méndez Arceo. Los curas reaccionarios dieron marcha atrás a los acuerdos de Medellín.  Posteriormente, en la Conferencia de Ejércitos Americanos de 1987, abiertamente declararon la guerra a cualquier modalidad católica que infiltrara comunistas en la religión.

La Angelópolis fue, nuevamente, el Escenario ideal para los actos de la reacción dentro del clero.

Alejandro C. Manjarrez