El poder de la sotana (Magia, fanatismo y poder)

Réplica y Contrarréplica
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Capítulo 27

Magia, fanatismo y poder

 

La religión mal entendida es una fiebre

que puede terminar en delirio.

Voltaire

 

La madre Conchita no logró convencer a sus compañeras, incluida la superiora, de que Calles era el nagual que hechizó al arzobispo y a los sacerdotes opuestos a pelear contra el gobierno con las mismas armas que éste usaba para combatir a sus agresores y enemigos. Así que retomó el mutismo que la hizo popular entre las religiosas de la orden. Ahí, en la penumbra de su celda, concibió el plan que, según ella, podría salvar a la Iglesia de “la destrucción planeada por el presidente de México”. Por ello decidió pedir permiso para ausentarse de sus labores y de sus compañeras defensoras de la fe. Su pretexto: recuperar la salud.

Una vez fuera del convento, la monja Torres se dio a la tarea de buscar a quienes, por ser católicos en extremo, no tuvieran dudas para formar parte del equipo llamado “Los defensores de la Iglesia”.

Desde la primera junta el grupo estuvo de acuerdo en utilizar el templo de La Conchita, capilla ubicada en uno de los rincones de Coyoacán, lejos de las celosas miradas de la policía y muy cerca de la historia de Hernán Cortés y su mujer Malinalli: ahí, frente a la iglesia, está el edificio donde habitó la pareja que oficializó el mestizaje. La Conchita fue pues su centro de reunión. Acudían a él después de que cada uno por su lado rezaba el rosario vespertino, a veces en su propia casa o en el domicilio de algún amigo o vecino.

En ese sencillo espacio religioso se discutían las diferentes alternativas para poder cumplir con éxito la misión para ellos divina. Nadie tenía acceso al cerrado grupo conformado por siete personas que la religiosa llamó Cirios. Quiso que fuera ese número porque “el 7 —dijo— es el número perfecto debido a que simboliza lo celestial con lo humano: 7 los pecados capitales, 7 las virtudes teologales y los dones del espíritu santo y el número de sacramentos y las frases pronunciadas por Jesús en la cruz y las peticiones del Padre Nuestro”. Al concluir sus reuniones pronunciaban en coro la séptima frase formada con siete palabras del Jesús de Nazareno crucificado: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

“El 7 ha sido, es y será el número de la fe —repetía la madre Conchita en cada reunión—. Dios habrá de iluminarnos para cumplir nuestra misión el día, la hora y el mes donde el siete sea el que determine nuestra obra, la salvación del catolicismo. En su carta del 25 de julio Monseñor ordenó cerrar los templos. Los dígitos de ese día sumaron siete y el mes fue el séptimo. Por ello nosotros seremos los Siete Cirios, grupo que, apoyado en la luz del Señor, combatirá al ateísmo”. A fuerza de repetirlo, el canturreo pasó a formar parte de las oraciones del grupo.

 

Balance en rojo

Pedro encontró sobre su escritorio una colección más de las fotografías que alguien le hacía llegar. En esta entrega aparecían varios cristeros ahorcados por las fuerzas del gobierno. Las imágenes fueron colocadas de tal manera que atraían las miradas de quienes acudían al despacho de capitán Del Campo: mostraban los cadáveres colgados de los árboles como si fuesen parte de un patético muestrario de piñatas, algunos con la lengua de fuera y otros con los ojos casi saliéndose de su órbita. Junto a estas fotografías estaban otras en las que aparecían los “desorejados”, la mayoría de ellos maestros de escuela víctimas de los cristeros que los mutilaron por esparcir ideas contrarias a la religión católica. El material gráfico iba acompañado con la explicación del agente de inteligencia militar que le llevó el paquete de testimonios hallado por él en algún lugar del Bajío:

Los federales no fueron ejecutados porque para los jefes de las brigadas católicas, es mayor la penitencia por transgredir el quinto mandamiento.

Líneas después se especificaba que la amputación producía a los cristeros un gran placer, tanto que ellos mismos se encargaron de contratar al “cámara”. Su interés —agregaba la nota— es contar con un testimonio que valore el trabajo del cirujano de Dios. La información concluía con las frases: Dicen los jefes cristeros, que sobran las orejas a quienes no quieren escuchar la palabra del Señor.

            Al revisar las fotografías Del Campo encontró un comprobante de “contribución para la conquista de la libertad”. Parecía un billete. Veinte centavos era su valor.

En una de las caras tenía la siguiente leyenda justo debajo del folio (381507):

¡México! El sacrificio de tus hijos muertos en Zamora, Chalchihuites, León y otros lugares, como mártires de la fe cristiana, es el toque de lucha por la libertad. Gravísimo deber nos apremia a reconquistarla con nuestro dinero o nuestra sangre.

Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.

En el anverso del “billete” estaba impreso el año 1927 y un óvalo con la figura de la libertad.

“¡Carajo, hasta donde llegará el fanatismo de estos absurdos defensores de la fe cristiana dispuestos a matar o dejarse matar para proteger la religión contra el ataque de los fantasmas, los que ellos mismos inventaron!”, gritó Pedro del Campo como si su intención fuera hacerse escuchar por los curas rebeldes que arengaban a sus obedientes ovejas.

Alejandro C. Manjarrez