Puebla, el rostro olvidado (El Auge)

Réplica y Contrarréplica
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Grupos de presión 

Los empresarios 

EL AUGE

El 1 de diciembre de 1946 Miguel Alemán Valdés llegaba al máximo cargo político de México. La clase patronal del país echó las campanas a vuelo cuando escucharon al nuevo presidente decir que las industrias contarían con la prudente protección arancelaria, que deseaba el bienestar de los trabajadores, que el interés de la nación estaría siempre por encima de los intereses particulares y que condenaría y combatiría enérgicamente los paros ilícitos.

    Antes de la toma de posesión del presidente Alemán, en Puebla la industria había recibido un importante impulso: la planta armadora de automóviles Packard se reinauguraba después de haber sido cerrada por la guerra y muchas empresas eran beneficiadas con la exención de impuestos. La Compañía Poblana Manufacturera de Hilos y la Compañía Minera de Teziutlán fueron las primeras en recibir este subsidio por ser consideradas importantes para El progreso económico de la entidad. El impulso financiero también se notó en la construcción de nuevos fraccionamientos como el de La Paz, promovido por la Compañía Fraccionamientos de Puebla, cuyo principal accionista era Rómulo O’Farril.

    El 5 de diciembre de ese año se conoció la multimillonaria operación de compra venta del ingenio de Atencingo. William O’ Jenkins lo vendió en cien millones de pesos a un grupo de políticos metidos en el mundo de los negocios encabezados por Javier Rojo Gómez, exgobernador del Distrito Federal. En la operación también figuraron Moisés Cosió, propietario de la ciudad de los deportes y del Frontón México, y Manuel Espinoza Yglesias, dueño del cine Coliseo en Puebla. Este grupo confiaba en hacer producir al ingenio y superar los problemas ocasionados por cuatro mil ejidatarios cañeros acusados de acomodaticios porque en las negociaciones se asumían cooperativistas o asalariados, según les conviniera. La asociación resultó muy adecuada ya que cada uno de los socios tenía cualidades específicas para promover la producción de azúcar.

    Por ejemplo, Rojo Gómez era figura política y conocía bien los sentimientos, necesidades y debilidades de los ejidatarios; Espinoza Yglesias había sido administrador de los negocios de Jenkins, y Cosío contaba con el capital necesario porque participaba en los consejos de administración de varios bancos.

    A pesar de las expectativas de este nuevo grupo financiero, los 750 obreros de la fábrica de azúcar y alcohol del casco de la Hacienda, manifestaron su descontento frente a los nuevos dueños. Un mes después de concertada la operación, decían que la mano dura de los patrones hacía parecer a Jenkins como una blanca palomita.

    Los negocios enriquecieron aún más a sus dueños cuyos oídos nunca percibieron las protestas del pueblo consumidor. Y a pesar de su obligación, el delegado de la Secretaría de la Economía Nacional, nada pudo hacer para frenar la reetiquetación. Entre multas, avisos, oficios, clausuras, amenazas burocráticas y respuestas de comerciantes ensoberbecidos, la organización empresarial se fue fortaleciendo poco a poco. A mediados de 1947 se formó la Cámara Junior para –según decían – facilitar los negocios con comerciantes establecidos en las poblaciones más importantes de Estados Unidos. Su primera mesa directiva estuvo integrada por Roberto Cañedo, como presidente; Rodolfo Bravo, secretario; Marcial Campos, tesorero; y Julio Glockner, primer vocal. El 28 de febrero de 1947, la Canaco-Puebla promovió entre sus afiliados la colocación de radios o aparatos de sonido en sus negocios, para que los poblanos escucharan las transmisiones de la visita oficial de Harry S. Truman (3 de marzo).

    Ese año se conmemoró el centenario del fallecimiento de Estevan de Antuñano. Los industriales textiles organizaron varios e importantes eventos en honor a la memoria del veracruzano fundador de esta industria. No hubo contratiempos a pesar de los conflictos originados por la disminución considerable de la demanda de telas mexicanas y la aparición de conflictos laborales por la suspensión de turnos. 

    El 7 de marzo, Carlos Betancourt, la Asociación de Empresarios y los representantes de lo más granado de la sociedad poblana, se reunieron ante el monumento erigido a la memoria del ilustre veracruzano padre de la Industria textil en Puebla. Miguel Alemán fue representado por Manuel Germán Parra, subsecretario de Economía Nacional. La comitiva se dirigió a la Casa de los Muñecos, donde fue develada una placa aluciva a la última residencia de Estevan de Antuñano. Posteriormente se trasladaron al domicilio de la asociación –2 poniente 106– para develar otra placa. Ese momento fue considerado oportuno por el presidente del organismo, Alberto de la Fuente, para recordar que La Constancia Mexicana (nombre de la primera fábrica importante del estado) aludía la perseverancia de Antuñano cuya enjundia no fue vulnerada a pesar de los tres sucesivos percances navales donde se hundió su maquinaria. El orador resaltó una paradoja: a un siglo de la muerte de su fundador, la industria textil en el estado enfrentaba un período de crisis y transformación peligrosos para el gobierno, los obreros y los industriales. 

“El primero con la reducción de sus ingresos –dijo– y su obligación de ayudar por todos los medios a su alcance, a una industria que tiene un papel importantísimo en la independencia económica de México.

     Los obreros quizá resientan perjuicios económicos por la reducción de turnos, pero con su comprensión del problema y los ojos puestos en su mejoramiento, tanto en condiciones de trabajo como de producción y salario, no dudamos que prestarán toda su cooperación.

    Nosotros los industriales igualmente veremos, como ya lo estamos viendo, mermados nuestros ingresos y acaso hasta pérdidas tengamos que sufrir.” 

Y sin hacer caso de las dificultades económicas que se cernían sobre la industria textil, los patrones afirmaron estar interesados en emprender la modernización, para llegar a su finalidad: mayor producción, mejor calidad, menor costo en beneficio del gobierno, de los obreros, de ellos mismos y de México.

    Los festejos culminaron con un banquete donde varios comensales les expusieron sus puntos de vista y escucharon otros de gente involucrada en el asunto. Martín Torres, líder sindical, manifestó su angustia por la situación de los obreros textiles ante la posible modernización de las fábricas. Francisco Doria Paz consideró como una injusticia la marginación y el desamparo en que estaban los obreros que habían dejado sus vidas en las máquinas, pero reconoció la necesidad de enfrentar a los competidores extranjeros 

cuya tecnología era envidiable; propuso celebrar un congreso de unificación a fin de salvar los derechos de las partes ante la inminente modernización de las fábricas. El industrial José Robredo llamó a los trabajadores a tomar en cuenta la posición de los patrones empeñados en no cerrar sus fábricas o suspender turnos porque sentían las necesidades y el dolor humano. Tajante rechazó el rumor de que los industriales habían guardado grandes fortunas para gozar plácidamente de ellas, puesto que seguían trabajando rudamente para conservar las fuentes de trabajo en beneficio de patrones y asalariados y sobre todo “de esta patria bendita por la cual hay que velar siempre en beneficio de su economía”. Esta última frase le ganó el aplauso de la concurrencia.

Alejandro C. Manjarrez