Puebla, el rostro olvidado (El relevo)

Réplica y Contrarréplica
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Grupos de presión

Los empresarios

EL RELEVO

En enero de 1944 se inició la actividad política para la sucesión del gobierno poblano. El precandidato era el representante de confianza de Maximino Ávila Camacho; Carlos Ismael Betancourt, a la sazón diputado federal. En cuanto su nombre salió a la luz pública llovieron las adhesiones multitudinarias.

A principios de marzo, Antonio Arellano Garrido fue postulado para la alcaldía de la capital poblana. Su principal virtud era su cercanía y colaboración con Maximino Ávila Camacho. Obviamente también fue motivo de entusiastas recepciones de solidaridad. Esta candidatura motivó lo que podría ser la primera actitud francamente política del Centro Patronal de Puebla, entonces a cargo de José Antonio Pérez Rivero. El 30 de abril envió un telegrama que decía: “En nombre propio y del Centro Patronal de Puebla, reciba usted nuestra sincera y entusiasta felicitación por la postulación que a su favor se ha hecho como primer regidor de esta ciudad para los años de 1945 y 1946.”

Mientras se desarrollaban las campañas políticas de ambos candidatos, los poblanos sufrieron escasez de gasolina. Esto fue causa de muchos problemas para los consumidores, expendedores, gobierno, empresarios e industriales. Todos necesitaban del combustible. Como siempre ocurre con estas carencias, el mercado negro apareció y con él la gran oportunidad que aprovecharon muchos vivales cuyo oportunismo les produjo respétales fortunas.

El asunto se agravó. A fines de junio de 1944 las principales cámaras patronales organizaron una comisión especial; le pedían al gobernador Bautista Castillo su patrocinio ante el presidente de la República, para buscar en esos niveles la solución al problema surgido por las fallas del sistema de transporte de Petróleos Mexicanos (PEMEX).

El gobernador se entrevistó con Efraín Buenrostro, gerente de Pemex, planteándole las consecuencias de la falta de combustible. Buenrostro, aceptó que el origen del problema era el sistema de transporte, lo cual permitió a Bautista Castillo acudir ante Maximino Ávila Camacho, ya en posesión de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Del despacho secretarial partieron las instrucciones al gerente de Ferrocarriles Nacionales: había que poner todo el empeño para ayudar a los industriales poblanos y llevarles el combustible necesario. Pero la intención no fue suficiente, ya que la política de aquellos días daba preferencia al transporte de alimentos. Sin embargo, el suministro mejoró pero, según la prensa, el aprovechamiento no respondió a las solicitudes de los expendedores, sino a la consideración de la oficina de Pemex que no pudo satisfacer la demanda poblana de cien mil litros diarios de gasolina. De la oficina de la paraestatal partió la versión de que la falta de locomotoras impedía transportar suficiente cantidad de combustible a la ciudad de Puebla.

Los abusos aumentaron. Los propietarios de las gasolinerías negaban el combustible a quienes protestaban por el aumento de precio. Días después empezaron a faltar la tractolina y el gas doméstico. Algunas amas de casa se vieron precisadas a retornar al uso del carbón y las carboneras aumentaron el precio con pretextos absurdos. Otros comerciantes se dedicaron a vender el petróleo en cajas cerradas, es decir, al mayoreo, cargando los envases a precios muy altos en perjuicio de las personas con escasos recursos y en beneficio de los acaparadores que se hicieron de grandes fortunas y, por ende, de prestigio financiero.

Como cada dos años, el primero de diciembre de 1944 se eligieron  los aspirantes patronales y sindicales a las juntas Federal y Local de Conciliación y Arbitraje. En la Federal quedaron como representantes patronales Cesar A. González y Manuel V. de Unanue. En la Local, en el grupo número uno quedaron, Roberto Cid y Vicente Gil Barbosa. El jurado de responsabilidades estuvo integrado por Bernardino Tamariz Oropeza y Armando Lara; y en el dos Luis G. Carrión y Jerónimo González Castro; y en el tres, Agustín Reyes Ponce y Ernesto Goitia.

Mientras todo eso ocurría, llegaba a su fin la gestión gubernativa de Gonzalo Bautista Castillo.

Aunque el mandatario estatal se quedó con las ganas de resolver muchos problemas que surgieron en su gobierno, nada le impidió fortalecer sus vínculos con la clase patronal. El 25 de noviembre, por ejemplo la sociedad poblana le ofreció un baile de gala. Al evento acudió “lo más selecto del mundo social de Puebla, de las colonias extranjeras y los más encumbrados” personajes del comercio, la banca y la industria. En el banquete se le dedicaron elogios de todo tipo. Tomás Pacheco, tesorero de la Canaco, calificó la reunión como “una cariñosa y emocionante despedida al probo y demócrata gobernante”(…) y la consumación del supremo anhelo de las cámaras para significar al doctor Bautista el cariño y la estimación que (supo) inspirar por su muy acertada labor política y administrativa” y porque como gobernante había sido “constructivo, sensato y ecuánime”.

Finalmente, Gonzalo Bautista pronunció un discurso que más bien parecía un informe de actividades a sus socios, pues entre otras cosas presumió de haber recibido al gobierno con un presupuesto de cinco y medio millones de pesos y elevarlo a doce millones sin aumentar impuestos. También se vanaglorió de respetar la libertad de pensamiento y conciencia, y enfatizó el hecho de impulsar las escuelas católicas donde se “educaban” diez mil alumnos. No pudo quedarse sin exaltar las obras públicas de su gobierno en Tehuacán, Atlixco, Cholula y otros municipios. Tampoco olvidó manifestar su complacencia por aumentar el sueldo a los empleados del gobierno y sentirse amigo de todos los poblanos.

La transmisión de poderes se realizó en solemne ceremonia ante la presencia del presidente de México, Manuel Ávila Camacho. El jefe del Ejecutivo del país felicitó al gobernador que entregaba la estafeta y prometió dar todo su apoyo a quien la recibía.

El deterioro que había sufrido la clase política ante el férreo control caciquil de Maximino Ávila Camacho, puede resumirse en el estilo y vocabulario que usó Carlos I. Betancourt en su discurso de toma de posesión:

“Espero contar con la cooperación general –dijo– para fomentar las fuentes de trabajo para abrir nuevas industrias de transformación de nuestros productos naturales, para su simple recolección, para su envase y envío; para esto será necesario abrir más caminos, mejorar los existentes, conectar nuestras rutas con las grandes carreteras de primer orden a efecto de facilitar la explotación y el tráfico de nuestras riquezas (…) y como los mejores caminos son los que acortan al máximo las distancias, los haremos cómodos y de paso impulsaremos el florecimiento del comercio, de la industria y de la agricultura.

La aviación será estimulada dentro del estado, pues es necesario que los hombres de negocios puedan (…) trasladarse de un lugar a otro en quince o veinte minutos aunque tengan que cruzar por la sierra (…).

Los desajustes entre el capital y el trabajo –quiero advertir que tratándose de estos sectores yo llamo simplemente desajustes a lo que otras personas llaman pugnas – serán estudiados por los organismos de Conciliación y Arbitraje, a cuyo personal exigiremos estudio(…) desde luego que sus resoluciones repercuten en la vida económica del estado y si llega a ser necesario intervendremos en ellos, pero siempre que nadie nos pida una consigna injusta; entonces daremos a conocer los puntos de vista de carácter general que el Ejecutivo tiene para los dos sectores, cumpliendo sus deberes respectivos, sean unidades que no desentonen con la armonía social que ambicionamos para Puebla, la entidad donde gracias a la cultura general, es donde menos conflictos de trabajo ocurren. Nuestra clase patronal se ha formado ya la conciencia suficiente sobre las obligaciones que tiene para con los trabajadores; mientras que los trabajadores conocen el alcance de sus derechos y deberes desde el momento en que tienen el orgullo muy legítimo de ser veteranos en la lucha sindicalista, en esa lucha que se enorgullece también de contar como teatros gloriosos de su desarrollo inicial a Cananea, Atlixco, Puebla y Orizaba”.

 Alejandro C. Manjarrez