Puebla, el rostro olvidado (Triunfos Árabes)

Réplica y Contrarréplica
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GRUPOS DE PODER

Los empresarios

TRIUNFOS ÁRABES

Los industriales textiles pasaban por un buen momento debido a las favorables resoluciones de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje. A fines de marzo de 1927 se sentó un precedente al resolverse el conflicto laboral de la fábrica San Martín, con la orden de que el personal existente al estallar la huelga retornara a su trabajo y la empresa pudiera iniciar la separación de obreros no gratos. En ese laudo se negaba a los sindicatos la facultad de aplicar la cláusula de exclusión.

La situación volvió a complicarse en mayo de 1928 cuando muchos empresarios enarbolaron  la incosteabilidad como argumento para el cierre de sus fábricas. Una vez más, miles de obreros veían tambalearse la seguridad de su trabajo. Cuando el rumor se convirtió en alarido, el Centro Industrial Mexicano desmintió la existencia del acuerdo para cerrar fábricas, aunque tuvo que reconocer que la industria pasaba por un momento de verdadera crisis. El rumor resultó cierto en algunos casos, como el de la fábrica Santa Ana, propiedad de Eduardo Villario, embargada por 98 mil 400 pesos, monto del adeudo por sueldo a los trabajadores.

Para frenar esa tendencia, el 19 de agosto de 1927 el gobierno del estado redujo los impuestos a la fabricación de hilados y tejidos. A pesar de la buena nueva, el Centro Industrial Mexicano, principal consorcio textil de la entidad, alarmó a la sociedad al asegurar que la acumulación de mercancía en las bodegas impediría su venta a precios costeables, pues al rematarla ocasionaría graves trastornos comerciales. Para curarse en salud  sus dueños decidieron cerrar varias factorías de Puebla y Tlaxcala permitiendo a los socios desligarse de toda obligación hasta que el problema se resolviera.

Los líderes sindicales protestaron: llamaron injustos a los patrones recordándoles el sacrificio de los obreros en pos de una mejoría de la industria textil. El asunto presentaba probables consecuencias graves debido a que el cierre de fuentes de trabajo afectaría a más de veinte mil obreros.

Como se disputaban electoralmente la gubernatura trece candidatos, en un proceso que acaparaba la atención de todos los políticos profesionales de Puebla, los acuerdos para cerrar fábricas complicaron la vida política.

El conflicto sólo pudo resolverse con la intervención del presidente de la República, quien emitió un laudo arbitral que ordenaba mantener abierta la industria cuatro meses más, mientras se encontraba una solución definitiva. En ese lapso, las relaciones laborales se regirían por los acuerdos de la convención textil, y la empresa podría cesar inmediatamente al personal considerado innecesario e improductivo.

En apariencia, los industriales se solidarizaron con el presidente Emilio Portes Gil; sin embargo, solo mantuvieron abiertos el primer turno y cerraron los otros dos para dejar sin trabajo a más de ocho mil obreros.

La crisis de la industria textil únicamente afectó a los trabajadores ya que los patrones salieron ganando. Leticia Gamboa Ojeda en su libro “Los empresarios de ayer”, apunta que entre 1926 y 1929 la producción poblana disminuyó 6.4 por ciento y el número de obreros ocupados se redujo 17.3 por ciento, siendo mucho mayor la disminución de obreros –hora que alcanzó el 26 por ciento.  De esa manera –concluye la investigadora– la reducción de horas de trabajo y el despido de obreros permitió a los industriales mantener la producción sin elevar costos por concepto de salarios. Se cumplieron los acuerdos de la convención pagando salarios individuales incrementados pero a una escaso número de obreros cuya jornada se había reducido. Los únicos golpeados por la crisis fueron los trabajadores.

Correspondió al general José Mijares Palencia, avecindado en Puebla, el mérito de ser el primer gobernador de la época posrevolucionaria que terminó su periodo (del 1º de febrero de 1933 al 1º de febrero de 1937). Había sucedido en el cargo al guerrerense Leónides Andrew Almazán.

En el mandato de Mijares muchos empresarios fueron vistos con simpatía por los trabajadores y  ciudadanos, porque beneficiaban la mano de obra con su enfoque particular de las relaciones obrero–patronales.

El ejemplo más destacado es Miguel E. Abed, famoso por repartir regalos a sus empleados en Navidad y Reyes Magos, y estimado por mantener en su fábrica los tres turnos (en el tercero ocupaba a obreros desempleados). Además cuando tomaba vacaciones, financiaba viajes recreativos a grupos numerosos de trabajadores. Y el éxito nunca le impidió buscar la modernización de El Patriotismo, su principal fábrica (sesenta años después llegaron a Puebla dos de sus hijos –José y Julian Abed Ruanet– invitados por el gobierno para invertir en el estado parte de la fortuna que les heredó su padre).

En aquellos años los industriales y comerciantes sirio-libaneses ganaron la admiración del pueblo, pero abrieron viejas heridas. Renació el antagonismo contra los empresarios españoles quienes arremetieron contra el gobierno, quizá resentidos por las muestras de simpatía que ganaron los árabes dedicados a los negocios.

Alejandro C. Manjarrez