Puebla, el rostro olvidado (La cruz a contrapelo)

Réplica y Contrarréplica
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Grupos de presión

El Clero

Una vez concluida la gestión terrenal de Márquez y Toriz, su lugar fue ocupado por Ernesto Corripio Ahumada (después fue arzobispo primado de México), quien tuvo que usar toda su capacidad para contrarrestar la inercia del ultra conservadurismo y los ímpetus antigobiernistas de su antecesor. Aunque el heredero natural de la arquidiócesis poblana era el entonces obispo auxiliar Rosendo Huesca Pacheco, los proyectos de la política clerical se modificaron debido a los choques entre jóvenes ultras y el propio Huesca Pacheco. Manuel Buen Día lo comentó en su columna “Red Privada”, en Excélsior el 5 de mayo de 1979. 

“En su insultante exhibición de prepotencia, este círculo patronal (Consejo Coordinador Empresarial), no tuvo inconveniente en llegar a los extremos de la falsificación y del delito social. Por ejemplo, en el manifiesto del martes, García Suárez habla de `la ciudadanía que nos honramos en representar‘. Obviamente ellos no representan a nadie más que a sí mismos; pero la impudicia de aquella aseveración no debe oscurecer la importancia del intento subversivo: porque subversión es hacer aparecer como detentadores de un poder ya arrebatado a los mecanismos e instituciones creados por la ley, a través de los cuales se expresa la voluntad política de los ciudadanos.

Desde otro ángulo habría que examinar porqué el paro patronal no alcanzó ahora las proporciones de aquellas acciones fascistas en mayo de 1973. Cerraron los grandes comercios y las escuelas confesionales más identificadas con aquel círculo patronal. No cerraron los colegios de los jesuitas y los lasallistas, ni la universidad norteamericana. La industria mantuvo trabajando sus instalaciones, y varios de los tiburones mayores del comercio, que bajaron sus cortinas, tuvieron adentro a los empleados laborando en preparativos para las ventas de navidad.

El arzobispo no estaba ahora del lado de los patrones golpistas, esto fue, quizá, lo que hizo la gran diferencia. Monseñor Rosendo Huesca es recordado porque en 1973, siendo aún coadjutor del flamígero doctor Márquez y Toriz, hizo cuanto pudo para detener la violencia y lograr el desarme de los grupos en contienda. A la muerte de Márquez, en 1974, las damas “cacerolistas” fueron en peregrinación a Roma para pedir al Papa que no nombrase arzobispo de Puebla a Rosendo Huesca, sino a Luis Munive Escobar, de Tlaxcala, otro de los clérigos ultraderechistas.

Las damas cacerolistas no lograron ver al Papa, pero de algún modo impidieron el ascenso de Huesca. El Vaticano designó a Corripio Ahumada, el tercero en discordia. Éste llamó hermanos a los universitarios permanentemente condenados al fuego infernal por el doctor Márquez y apaciguó los ánimos falangistas. Cuando Corripio fue enviado a la Metrópoli, Rosendo Huesca asumió, como arzobispo, el mando de la diócesis poblana, y hasta ahora los “ultras” no han logrado que se les bendigan las metralletas y las bombas. Su marginación en el acto subversivo del martes, resultó elocuente.”

Corripio se las ingenió para condescender con la rémora de fanáticos que dejó don Octaviano. El excelente trabajo realizado en Puebla le afianzó el cardenalato y Huesca ocupó el puesto vacante.

Ya como arzobispo y sin las presiones de aquellos impetuosos jóvenes –ahora respetables hombres de empresa o políticos afiliados al Partido Acción Nacional(PAN)–, Rosendo Huesca validó el adjetivo de “zorro”, ganado en el seminario gracias a su astucia e inteligencia. Se alejó de la relación directa con los grupos paramilitares, el Ejército Azul y las células estudiantiles. Con los políticos estableció una relación respetuosa que durante años le ha hecho una necesaria instancia de negociación entre clero y gobierno.

Rosendo Huesca Pacheco es mitad oaxaqueño y mitad poblano ya que su padre, don Agustín Huesca, dejó el ombligo en la ciudad de Zaragoza. Nació el 1 de marzo de 1932 en Ejutla, Oaxaca. Sus primeros años de formación espiritual los realizó en el Seminario Conciliar Palafoxiano de Puebla. Concluidos sus estudios en el Seminario, al cual ingresó en 1943, partió hacia Roma para continuar la preparación sacerdotal en el colegio Pío Latino. Allá estuvo de 1954 a 1956, año este en que se ordenó sacerdote (28 de octubre) bajo la autoridad del cardenal Traglia, vicario de la diócesis de Roma.

Después Huesca se trasladó a la Universidad de Fordham, Nueva York, para estudiar psicología y pedagogía. En 1960, fue nombrado prefecto disciplinario del Seminario Conciliar Palafoxiano, donde impartió filosofía, psicología y derecho canónico. En 1963 ascendió a vicerrector. Al año siguiente suplió en la rectoría a Bartolomé Carrasco que fue enviado a Huejutla, Oaxaca, a ocupar el obispado.

En 1968 ingresó al cabildo catedralicio. En 1969 fue nombrado primer presidente de la Organización de Seminarios Mexicanos y en 1970, obispo auxiliar de la diócesis de Puebla. Cuatro años después llegó a la presidencia de la Comisión Episcopal de Seminarios y para la Educación.

Al frente de esta comisión, en 1992 participó en la presentación del Proyecto Educativo de la Iglesia en México, documento que consideró una  aportación para el futuro. Uno de los aspectos generales de ese proyecto, fue hacer que el episcopado mexicano reconociera que algunas instituciones de educación católica proyectaban una imagen elitista. Propuso fomentar su presencia en comunidades indígenas y recomendar la elaboración de una nueva ley de educación.

Nombrado arzobispo de Puebla su prestigio lo mantuvo hasta la visita de Juan Pablo II (Mayo de 1990) en la antesala del cardenalato. Se atravesó el interés personal de Girolamo Prigione, el nuncio que dejó en México una estela de dudas sobre su vocación sacerdotal.

La arquidiócesis de Puebla y la diócesis de Tehuacán estuvieron a cargo de Rivera Carrera desde 1987 hasta que fue nombrado arzobispo primado de México. La arquidiócesis cubría 27 mil 300 de los 33 mil 909 kilómetros cuadrados de la entidad poblana. Según los datos de las estadísticas de 1989, tenía 179 parroquias, 209 sacerdotes diocesanos, 98 sacerdotes regulares, 138 religiosas, 116 instituciones de beneficencia y un número indeterminado de misioneros extranjeros, principalmente españoles. La diócesis de Tehuacán, 41 parroquias y 64 sacerdotes diocesanos, 3 sacerdotes regulares, ocho religiosos, 105 religiosas, ocho instituciones de educación y una beneficencia. Hoy los números casi no han variado, excepto en la ubicación de los prelados, como es el caso de Rivera, ahora cardenal y arzobispo primado de México.

En la última década, Puebla se ha mantenido al margen de los conflictos político–religiosos. Exceptuando algunos llamados al deber ciudadano de votar y de aisladas recomendaciones parroquiales para que los católicos sufraguen en favor del PAN, la vida de la Iglesia católica se ha conducido por el camino de la prudencia.

Lo que pudo alterar ese estado de cosas es lo que antes, por las condiciones legales, estaba considerado una infidelidad al cargo público. (La cometieron Guillermo Jiménez Morales y Mariano Piña Olaya porque se acercaron al arzobispo para recibir la “bendición política” ). En esa relación entre “pastores”, el espiritual mantuvo superioridad sobre el civil debido a la fortaleza de sus convicciones. Nadie ganó más de lo que tenía. El perdedor tal vez haya sido el pueblo cuya esperanza estuvo cifrada en los políticos que en su momento representaron la oportunidad de mejorar las condiciones de vida.

Pero hoy la sociedad civil ha demostrado que sabe bien lo que ofrecen los clérigos a los católicos (tranquilidad de conciencia religiosa) y que para ello están abiertas las puertas de los templos. Y también que conoce y tiene capacidad para calificar el trabajo de los políticos. De ahí que los reclamos de justicia no ocurran en los atrios de las iglesias.

La única coincidencia que debe existir entre el clérigo y el político es la vocación de servicio. Uno la demuestra a sus fieles mientras que el otro lo hace con sus gobernados o representados. Lo malo es que en ambos bandos esa vocación no se da en la proporción adecuada.

Huesca Pacheco no niega que se ha reunido –en forma individual–con los candidatos a la gubernatura. Dice que lo ha hecho para intercambiar opiniones y puntos de vista sobre los problemas sociales y económicos de la entidad como, por ejemplo, los que producen la pobreza, la mala educación, la contaminación ecológica, la cada día más alarmante inseguridad pública y el dañino crecimiento industrial desordenado. La voz del arzobispado, pues, seguirá ocupando espacios importantes en los periódicos porque sus causas tienen una fuerte dosis social.

Una vez iniciado el gobierno de Manuel Bartlett Díaz, “El Norte de Monterrey” (3 de Mayo de 1994) publicó las siguientes declaraciones cuyas consecuencias deben haber dejado satisfechos a los poblanos ofendidos por algo parecido a un estado de sitio perruno: 

“La reforma constitucional enunciada quitó las máscaras que a muchos políticos los hacían parecer hombres liberales ajustados a los principios juaristas que tanto presumían. En el caso de Puebla, Bartlett y Huesca conformaron un dueto político muy bien acoplado, y sus voces a coro derrumbaron los muros que separaban la actividad espiritual de la civil.

Ambos dejaron ver tanto en los altares (el de la catedral y en la UPAEP) como en los recintos que habían sido satanizados por la iglesia católica; me refiero al Congreso Local y a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. También se rompieron los tabúes y nació una nueva fuerza representada por las iglesias de origen protestantes, la cual ha ido robándole espacios a la otrora única y privilegiada religión.

Alejandro C. Manjarrez