El rostro olvidado (La Reacción y la Revolución)

Réplica y Contrarréplica
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La Reacción y la Revolución

En la levítica ciudad del siglo XIX es obvio que se presentaran con mucha frecuencia contradicciones políticas e ideológicas. Por ello no nos sorprende que Ignacio Zaragoza escribiera a Benito Juárez alertándolo del verdadero peligro: los reaccionarios de la Angelópolis.

Una vez que el extranjero posó su pie en el territorio poblano, muchos integrantes de la sociedad angelopolitana se frotaban las manos porque, según ellos, junto con los franceses llegaría el esplendor de las cortes europeas. Sin embargo, en la Sierra Norte y en otras regiones del territorio poblano, las rebeliones contra el invasor empezaban a organizarse. Juan Francisco Lucas fue uno de los muchos héroes mexicanos que utilizaron la guerrilla para combatir al ejército imperial intervencionista, mientras en Puebla la sociedad se vestía de lujo para recibir con algarabía y fastuosidad a Maximiliano y su esposa Carlota. Entre las frecuentes fiestas populares que les ofrecieron, resumo el comentario del recibimiento descrito por un cronista poblano en el libro de “Miramar a México”. El autor nos dice que Maximiliano no entró a caballo tal y como lo había anunciado:

  

“Brilló por fin la aurora del por tanto tiempo suspirado día en que debía hacer su solemne entrada a esta ciudad –Puebla– el hijo Augusto de los Césares, el esclarecido príncipe que con abnegación (…) ha abandonado su país natal y la brillantísima posición que tan justamente ocupaba en Europa, por traer al antes desdichado México la oliva de la paz (…) Desde bien temprano las fachadas de las casas se engalanaron con vistosas colgaduras y otros adornos (…) apareciendo en (…) los balcones, ya retratos de SS MM, ya iniciales de sus nombres, entre coronas de laurel y de rosas (…) En casi todas las casas flotaban los pabellones de México, Austria, Francia y Bélgica, que traían a la memoria de nuestros soberanos el recuerdo de su antigua patria, y les presentaban también el símbolo de la nueva, cuya regeneración le ha confiado la Providencia (…) SS MM hicieron su entrada en una elegante calesa abierta, y por donde pasaban oían sus nombres, y veían caer a su alrededor una lluvia de flores y de versos con que los poblanos manifestaban su amor y gratitud. Cuando los carruajes llegaron al frente de la catedral, SS MM se apearon y fueron ahí recibidos, bajo de palio, por el venerable prelado diocesano y por los ilustrísimos señores obispos de Chiapas, de Veracruz y de Chilapa, que en unión del Cabildo y del clero secular los esperaban. Seguidos de una numerosísima comitiva se dirigieron al templo, que estaba magnifícamente adornado, y se colocaron bajo el dosel dispuesto en el presbiterio al lado del evangelio. Entró entonces el preste, acompañado de una armoniosa orquesta, el más bello himno de la Iglesia Católica, y todos tuvieron ocasión de notar el recogimiento y la piedad del monarca y su virtuosa consorte.”

 

Tres años después Maximiliano fue juzgado por un tribunal militar que lo sentenció a morir fusilado junto a sus generales Miramón y Mejía. Los “notables” que le habían ofrecido el trono de México, entre los que estaba el políglota e intelectual poblano Alejandro Arango y Escandón, lloraron en silencio su fracaso y, desde luego, agudizaron sus críticas contra Benito Juárez, de tal manera que durante muchos años se percibió aquel rencor, sobre todo en escuelas donde los reaccionarios enseñaban la historia de México tergiversando su esencia ideológica.

La decepción que sufrió la burguesía criolla con la derrota del imperio, fue eficazmente compensada cuando Porfirio Díaz decidió imponer su dictadura. Primero estableció la política de conciliación con la jerarquía eclesiástica. Y después hizo que regresara la costumbre monástica de organizar ceremonias religiosas muy al estilo de la monarquía europea: grandes, esplendorosas y suntuosas, sin faltar el boato imperial.

Conforme pasaron los años, el renacimiento del poder clerical atrajo un régimen de privilegios para las clases económicamente poderosas, y un sistema opresivo para quienes no tenían más riqueza que su capacidad de trabajo.

Alejandro C. Manjarrez