Salvadores de la patria (Crónicas sin censura 115)

Réplica y Contrarréplica
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Patria es de toda cosa su misma naturaleza.

Trucidides

México vive a expensas de la inspiración de dos tipos de profesionistas. Unos son los profesionistas egresados de universidades privadas y convertidos en dirigentes patronales. Y otros los universitarios cuyos grados y posgrados les permiten arrogarse el título de “salvadores de la patria”. Es con lo que hemos vivido desde hace sesenta años, espacio en el cuál aumentó la pobreza y padecimos la hemorragia de tecnócratas y sabios que metieron a México en el tobogán del fracaso económico y las crisis recurrentes.

Fue una avalancha que no cumplió con los vaticinios de Vasconcelos, Lombardo Toledano y Gómez Morín, por ejemplo.

“El maestro de la juventud” dijo que “por encima de todo hacía falta que el país designase para su gobierno a los mejores, no a los peores como venía haciendo; a los ilustrados, no a los “palurdos”. El teziuteco y fundador del Partido Popular Socialista opinó que el patriotismo que necesitábamos no era el de los valientes “sino el de los que saben, para que guíen y enseñen y den al pueblo los senderos que han trazado la vida moderna”. Y Manuel Gómez Morín, fundador del PAN nos dejó la siguiente reflexión: “soñamos con la (…) ciencia protegiendo a la patria. Soñamos con la Universidad centro y guía de la evolución de nuestro pueblo”.

¿Y entonces qué diablos pasó en esas seis décadas envueltas en mercadotecnia política? ¿Caímos acaso en la vetusta “sabiduría” porfiriana de “darles huesos a los perros para que dejen de ladrar”o en aquello de que al pueblo pan y circo?

Es obvio que faltó oficio político a los talentosos profesionistas que arribaron al gobierno y sensibilidad social a los técnicos que suplieron a sus padres en la empresa, el comercio y la industria. Esto es porque a pesar de todos esos conocimientos, México fue metido en el profundo hoyo donde hoy se encuentran cuarenta millones de mexicanos en extrema pobreza, las deudas externa e interna prácticamente impagables, la dependencia absoluta de los capitales golondrinos, el poder adquisitivo que es de los más bajos del mundo, una planta industrial nacional vieja e inoperante, y la enorme corrupción definida por Gabriel Zaid en dos alarmantes y deprimentes líneas “ahora, para ser un perfecto bandido, ya no basta el talento, las oportunidades, la experiencia. Hay que tener un título universitario”.

Según creo, una de las fallas fue no haber considerado que la excelencia académica debe complementarse con baños de pueblo, o el suponer que las soluciones mágicas pertenecen a hombres y mujeres cuyo paso por la universidad se tradujo en maestrías y doctorados en el extranjero. Otra, la más visible y dañina, el haber menospreciado al pueblo para establecer la nueva versión del despotismo ilustrado puesto en boga por las monarquías europeas del siglo XVIII. Da la impresión, pues, que los tecnócratas y la “gente bonita” se han impuesto la tarea de revivir a los “sans culottes” (descamisados) que durante la Revolución Francesa se posesionaron de las calles de París para protestar contra el orden monárquico o “ancien régime”.

En este fin de siglo estamos viendo lo que podría ser el inicio de una rebelión popular, digamos que incruenta; se ha manifestado en las diversas presiones que obligaron al gobierno (el Estado) a promover la democratización de la vida política de México; Tlaxcala, Zacatecas, Estado de México, Aguascalientes y Tamaulipas son algunos ejemplos de esa nueva directriz impulsada por la sociedad representada por los partidos políticos. Lo curioso es que casi todos los candidatos convertidos en gobernadores son producto de lo que Melquiades Morales Flores denominaba “la cantera popular”; y que para poder gobernar su entidad han optado por rodearse de profesionistas con posgrados en el extranjero.

El gobierno del estado de Puebla no se salva de esa oleada democratizadora y de la extraña mezcolanza.

Después del fracaso del socialismo y del capitalismo los genios financieros y políticos del mundo empezaron a buscar lo que se ha dado en llamar la tercera vía. Su intención es encontrar un sistema económico y político que contrarreste el fracaso social de ambos sistemas y según parece todavía no se dan cuenta de que la Constitución mexicana podría resolverles sus problemas. Esto es porque desde hace ocho décadas el Constituyente reconoció en la Carta Magna la existencia de la propiedad privada, sujetándola a las modalidades que dicte el interés público; de las garantías individuales y los derechos sociales; de la libertad económica y la Rectoría del Estado, reguladora esta de las empresas prioritarias; de la medicina privada y la seguridad social; de la educación pública obligatoria, laica y gratuita y la educación privada, que por cierto está en ascenso y de la libertad comercial y la existencia de productos básicos o subsidiados.

Vemos pues, que la nuestra es una Constitución, que además de adelantada ha podido resistir los embates de la tecnocracia que la cambió y modificó para adecuarla a sus muy particulares requerimientos. Y que si conservó su esencia fue gracias a que en 1916-17 intervinieron en ella más de doscientos mexicanos, cuyo origen social, preparación académica, actividad laboral, creencia e ideología formaron una conveniente y venturosa amalgama.

Es el cúmulo de experiencias que a ochenta y dos años de distancia vuelve a manifestarse en el ámbito político de Puebla y de otras entidades en donde la sociedad participó en los procesos de consulta interna primero y después en la elección constitucional para elegir Gobernador. Por esa razón varios de los gobiernos se formaron con –permítame la expresión – personas de chile, de dulce y de manteca, es decir profesionistas poseedores de posgrados en el extranjero; comerciantes con éxito en el mundo de los negocios y uno que otro personaje que bien podría caer en la definición de “gente bonita”. Digamos que fue resultado de la incruenta rebelión popular apuntada ayer en este espacio, y de la sensibilidad social que parecía perdida en el tobogán fabricado por la tecnocracia que durante tres sexenios se dedicó a escamotear al Estado algunos de los principios sociales propuesto por el Constituyente de Querétaro.

En Puebla, afamada como la entidad más difícil del país gracias a las actitudes de su sector patronal y a las divisiones de su clase política, el voto popular eligió a un gobernante procedente de la cantera popular y formado en la fragua del quehacer público nacional. Esta combinación pudo ser la que produjo en Melquiades Morales Flores el espíritu incluyente que ha demostrado, actitud que también pudo haberlo inducido a fomentar los métodos que buscan consolidar el desarrollo integral del estado.

De ahí la inclusión de un empresario en la Secretaría de Economía. La designación de un profesionista doctorado en Harvard invitado para hacerse cargo de la Secretaría de Finanzas, donde también participan otros jóvenes con posgrados y actitudes que los han hecho pasar por yuppies; el nombramiento del exbanquero cuyo entusiasmo le indujo a participar como promotor del turismo estatal; la invitación de cuatro abogados con amplia y reconocida trayectoria en el foro poblano (el Procurador, el Secretario de Gobernación, el Secretario de Educación Pública y el Presidente del Tribunal Superior de Justicia); la inclusión en el sector agropecuario de un médico veterinario zootecnista y además experimentado político; en fin la integración al gabinete de varios profesionistas que además de no entrar en la definición de “salvadores de la patria” porque les faltan los posgrados en Yale, Oxford, Harvard etc., han aceptado gustosos el compromiso de aceptar el reto que implica formar parte de un gobierno de origen popular.

¿Podrán?

Supongo que sí, siempre y cuando no pongan piedras los grupúsculos empresariales que desean ver una Puebla gobernada por sus congéneres.

Alejandro C. Manjarrez