La fuerza de los vínculos

Vida & Sociedad
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Finalmente verdaderos amigos tenemos muy pocos, muy contados, muy selectos, porque el nivel de profundidad y complicidad de esta relación no es un acto multitudinario, sino por el contrario, es un petit comité...

En muchas ocasiones al iniciar la relación de pareja, vamos ocupando todos los espacios de nuestras vidas. Sus amistades se convierten en nuestras amistades, frecuentamos lugares distintos, adquirimos nuevas costumbres, modificamos nuestra manera de expresarnos, gustos musicales, puntos de vista, en fin, nos vemos permeados por todo lo que la pareja nos enseña. Sin darnos cuenta, en un abrir y cerrar de ojos estamos inmersos en un mundo nuevo y somos felices, respirando una nueva realidad dopamínica, que por desgracia se acaba hasta donde el químico nos lo permite.

Después de esto tocamos fondo de realidad, comenzamos a ver al otro tal cual es, sin este estado eufórico y mágico que nos envolvió en un principio, y comenzamos a distinguir y analizar las diferencias entre el otro y nosotros. Es como cuando los niños pequeños piensan que todos son una extensión de ellos, especialmente su mamá, y finalmente comienzan a independizarse cuando empiezan a decir “no”, que quiere decir “yo”. Así en las relaciones de pareja, el estado simbiótico nos permite estar unidos en una actitud amueganada que nos brinda confort, y después el otro nos estorba, nos falta aire, nos sentimos asfixiados. Esta es la primera crisis de pareja, si la superamos, la pareja; se fortalece y sienta bases en la realidad, pero por otro lado, puede darse la ruptura.

Al precipitarse la ruptura, nos precipitamos nosotros, porque no conservamos nada, todo lo entregamos en el espacio de relación. Pareciera que con el insecticida de la indiferencia, alejamos a todo el mundo; que por cansancio, decide alejarse con más o menos dolor. Se va el otro y se va el aire, los lugares, las amistades, y todo lo que se construyó en conjunto. Se va el otro y me muero. Ichazo diría que se crea un solo yo que se muere cuando el otro se va. Y se sufre lo indecible; es aquí en donde retomamos nuestros vínculos, volvemos a visitar a nuestros amigos, los que no hemos perdido, volvemos a ver a la familia y recobramos la fuerza de nuestros vínculos. Porque las amistades tienen una fuerza gigantesca, nos permiten estar entre pares, nos permiten convivir sin competir, nos permiten reír, llorar, ser regañados, escuchados, consolados, jugar y tener historias conjuntas, convirtiéndose en un gran soporte emocional. Porque aquí no nos escondemos, nos quitamos las máscaras y los disfraces, mostramos que no somos tan fuertes, ni tan ágiles, nos equivocamos, lloramos, nos desmoronamos y quedamos abatidos por las vicisitudes de la vida. Mostramos igualmente que nos gusta jugar, que somos simples, que reímos sin parar, que no sólo somos un traje sastre, un portafolio, un celular costoso y una mente empresarial. Soñamos, porque soñamos con nuestros amigos, les contamos nuestros más íntimos anhelos y deseos; es más construimos historias de viajes y encuentros, tenemos chistes locales, anécdotas, toda una serie de cosas, un mundo aparte, diría yo.

Es por eso que en la creación de un nuevo vínculo de pareja no debemos olvidar a los que ya eran nuestros compañeros de viaje, porque en un nivel más profundo ellos nos recuerdan quiénes somos, ellos lo saben y nos dan pautas para no perdernos en la simbiosis con el otro. Saben de nuestra individualidad, nos dan pautas claras del camino, son objetivos con nosotros y nos dan perspectiva cuando la hemos perdido. Quieren lo mejor para nosotros y nos dicen las cosas con esta referencia. Las amistades, el trato entre pares, finalmente nos hace ser quienes somos y permanecer en nuestro centro y esencia; no nos permiten perder el camino y olvidarnos de todos.

Las amistades son la base de nuestra fuerza, lo que sostiene nuestra personalidad, nos brindan estructura y una red de soporte emocional sin igual. Es más, la mujer requiere reunirse con sus amigas para permanecer siendo quien es y el hombre con sus amigos para lo mismo. Este vínculo no sólo nos da parámetros de vida, sino espejos claros en los que nos podemos reflejar y seguir siendo el hombre y la mujer de quien se enamoró nuestra pareja.

Perder estos vínculos es perdernos en un abismo sin rumbo, porque son los amigos, quienes llevan la bitácora del viaje de nuestra existencia; es gracias a ellos que somos capaces de permanecer amando. Igualmente nuestra familia es importante, nuestras raíces no pueden ni deben ser olvidadas. Así como la familia marca el antecedente y la historia de donde provenimos, los amigos marcan la historia que recorremos, la que construimos. Por tanto, olvidarlos, es olvidarnos a nosotros mismos.

Finalmente verdaderos amigos tenemos muy pocos, muy contados, muy selectos, porque el nivel de profundidad y complicidad de esta relación no es un acto multitudinario, sino por el contrario, es un petit comité. Pocos pero grandes en afectos, los amigos crecen y maduran con nosotros, tienen tiempos regresivos y sabios, fragilidades, conflictos y grandes victorias. No estamos hechos para permanecer sin vínculos, somos seres eminentemente sociales, todo lo aprendemos de las relaciones; de lo contrario, nos quedamos anquilosados, paralizados, no tenemos referentes claros de que existimos, nadie nos lleva en el registro de la vida.

Por eso creo profundamente que la amistad y la familia son la fuerza de los vínculos, lo sé como persona y como psicóloga, que no hay fuerza más poderosa para estabilizarnos y ayudarnos a salir adelante que estos vínculos. Por eso amo a los míos, a mis padres, a mi hermano y a mis hermanas cósmicas que son mis amigas con quienes comparto tantas y tantas cosas, quienes me hacen reír, llorar, me consuelan, y puedo hacer lo mismo con ellas. Las amo en nuestras diferencias, las amo en nuestras similitudes, y las respeto profundamente por quienes son, por sus historias de vida, por sus logros y sus fracasos, por todo lo que me enseñan diariamente, por todo lo que hacen ver, por lo que me permiten hacer, porque puedo reír y jugar, soñar y también tener los pies en la tierra gracias a ellas. Las admiro y las honro como una parte importantísima de mí. Gracias por compartir el caminar, en donde como cartógrafas vamos trazando las rutas del viaje, como diría Jorge Bucay, en esta aventura que es la vida, en el aquí y el ahora, en este pícaro planeta.

Esther Guadarrama Benavides