Las amantes y el amante

Réplica y Contrarréplica
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–Sí, sí. Ven, acércate. ¿Fumas? Bueno si no lo haces cuando menos enciende mi cigarro por favor. Ahí están los cerillos… de madera como debe de ser...

 

La Güera Rodríguez

Tenía el aroma de la primavera. Su cuerpo, aunque oculto por el exceso de ropa, dejaba ver la perfección con que le había dotado la naturaleza. Por su delgado talle se desbordaba el salero que trajeron de España las criollas mexicanas. En la cadencia de su andar se juntaban el ritmo del universo y la música del cielo. Aquel que se atrevía a mirarla quedaba preso de su influjo y nunca más volvía a ser él mismo. Hubo hombres que pudieron acariciar sus mórbidas carnes que ahí se quedaron, con la sensación de haber entrado al Universo para perderse en uno de sus hoyos negros, en el espacio-tiempo que no tiene camino de regreso.

La conocían como la “Güera Rodríguez”. Su nombre completo era María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba. Casó tres veces, enviudó dos y tuvo muchos amantes: uno fue el varón Alejandro de Humboldt quien, según el chisme histórico, los encantos de la Güera lo hicieron bisexual. Otro de ellos, Simón Bolívar, pudo librarse del dominio que la dama ejercía sobre él gracias a que su compromiso libertario derrotó a la pasión carnal. Pero Agustín de Iturbide, “emperador por la divina providencia y por el congreso de la nación”, cayó redondito ante el poder de las feromonas de la Rodríguez. Así, el Imperio quedó enredado en la tarlatana que ocultaban las que quizás fueron las piernas más hermosas de la época. Durante meses, el destino de México dependió del sexo de la amante del emperador. El clero sufrió la manipulación de aquella inteligente fémina. Y la esposa de Iturbide, Ana María Josefa de Huarte y Muñiz, tuvo que soportar el infundio que le inventó la Güera al firmar por ella una carta dirigida al inexistente amante: María Ignacia pretendió divorciar a su Agustín para convertirse en la emperatriz. Pero le falló la estrategia porque el emperador dejó de serlo.

Ninón de Lenclos

“Cuantos más pecados confieses, más libros venderás”, decía la célebre amante de literatos y protectora de las letras. Moliere y Racine compartieron las tertulias de esta singular cortesana del siglo xvii. Entre sus actos de benevolencia, la dama tuvo la genial idea de donar parte de su dinero para impulsar la educación enciclopédica de François Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire. Por este hecho se ganó su lugar en la historia, igual que las decenas de personajes que la adoraron más por su hedonismo que por sus aficiones culturales.

La extraordinaria Ninón, como seguramente pensaban de ella sus amigos, sabía todo lo que una mujer puede saber sobre el amor. Además era experta en el arte de la seducción, habilidad que le permitió ser la fémina de la época, una mujer que estuvo sexualmente activa hasta casi las siete décadas de edad (murió de 88 años).

Gracias pues a esos conocimientos, Ninón cautivó e introdujo bajo sus sábanas a varios personajes de la época. Además de los ya mencionados en el primer párrafo, fue amante de La Rochefoucauld y Richelieu. Sus artes en el amor trascendieron al grado de que las familias de Francia le enviaban a sus hijos para que los instruyera y les quitara lo pazguato. No hizo daño a la sociedad porque por aquellos días el libertinaje francés formaba parte de la vida, y los maridos infieles aprendían de ella las técnicas y los secretos para hacer felices a sus esposas.

Lola Montes

Se llamaba María Dolores Eliza Rosanna Gilbert y adoptó el Lola Montes por la ascendencia española de su madre. Tenía los ojos grandes y su mirada era profunda. Un cuerpo perfecto. Cutis de porcelana. Ritmo y cadencia en sus movimientos. Bailarina de flamenco. En fin, poseía todas estas gracias y dones que le dieron fama y la hicieron “popular entre la tropa”. Su mayor éxito fue convertirse en la amante preferida de Luis de Baviera.

Lola planeaba cada una de sus acciones. Lo hizo el día que decidió conocer al rey. Sabía que tenía que llamar su atención para lo cual decidió ingresar a la corte valiéndose de su capacidad para el escándalo y desde luego de su belleza: forcejeó con los guardias que le impedían el ingreso al Palacio. Y entre tanto jaloneo sus pechos quedaron desnudos, sostenidos por el viento. Así se le presentó al rey que enmudeció al verlos bellos, erguidos y coronados por dos protuberancias color de rosa.

Tres días después de aquel estridente encuentro, Luis la adoptó como protegida. El monarca acabó enamorándose de la bailarina de pies ligeros y semanas más tarde la hizo su amante.

Lola resistió sin inmutarse los embates y las críticas de los asesores del rey. Éste no hizo caso a sus consejeros que pedían, le exigían el destierro de la irlandesa con aires de española. En las calles de Munich corrieron los chismes y las críticas contra aquel tortuoso amor. Pero a Luis no le importó y dejó que su pasión rebasara el decoro que exigía el protocolo de la monarquía.

La historia concluyó con la abdicación del rey y la expulsión de Lola que fue indemnizada y expulsada del país. La Montes partió a Inglaterra donde, igual que en Baviera sorprendió a los lores con su escandaloso comportamiento.

Lola dejó Inglaterra para irse a California. En la tierra americana y después de otros escándalos y romances, decidió adoptar la vestimenta blanca y ponerse en la cabeza un remedo de aureola. Así cambió su vida dedicándose a dar conferencias sobre temas religiosos. Tenía entonces cuarenta y un años. Veinticuatro meses después Lola Montes se fue al cielo prometido, pero por sus amantes.

El poder del sexo

Hubo una vez, diría un cuentista, varias mujeres que se decidieron a conquistar a los hombres que podían darles desde dinero hasta posiciones políticas. Su don natural para brindar amor les permitió tener éxito. Varias lograron ser diputadas. Otro tanto obtuvo los beneficios del poder (dinero, posición). Y las menos desplazaron a las esposas de, en algunos casos, sus víctimas, y, en otros, sus felices amantes.

El número no puede precisarse debido a la discreción con que se maneja este tipo de relaciones. Sin embargo, sí es posible establecer que de cada diez mujeres que logran acceder al poder legislativo, por ejemplo, tres lo hicieron poniendo en juego algunas de las “cualidades” que tuvieron la Güera, Ninón y Lola, por sólo referir a las mencionadas. Otro tanto, quizás las menos, llegó a triunfar por su talento y preparación. Y el resto alcanzó el poder debido a que cedieron ante el acoso sexual de sus impulsores, relación o compromiso que por diversas razones llegó a consolidarse como un amasiato convenenciero.

Una “historia”, la más común

“Te habla el gobernador. Ponte lista porque ésta es tu oportunidad”, dijo el jefe de ayudantes a Eréndira, una de las bellas edecanes de la Casa de Gobierno.

La dama entró al despacho tratando de disimular su nerviosismo. Sabía que de sus reacciones dependería su futuro. Había sido alertada por sus compañeras que, antes que ella, pasaron por ese momento. Una le dijo a manera de consejo que ojalá saliera del privado del gobernador con una pulsera en la muñeca. “Es parte del premio, Ere”, le dijo mostrándole la suya.

–¡Pásale Eréndira! –espetó el poderoso político.

Sorprendida por el tono de voz, Eréndira entró al despacho trastabillando y acordándose de las consignas de su padre. “Cuídate de ese garañón”, le había dicho. Antes de acercarse al escritorio del mandatario; tomó aire y se animó a preguntar:

–¿Me mandó llamar?

–Sí, sí. Ven, acércate. ¿Fumas? Bueno si no lo haces cuando menos enciende mi cigarro por favor. Ahí están los cerillos… de madera como debe de ser.

El tipo se puso el pitillo en los labios y adoptó una posición extraña, ridícula, tanto que la edecán estuvo a punto de soltar la carcajada. –Te voy a hacer una pregunta y me la contestas con sinceridad –agregó expeliendo una densa bocanada de humo cuyo reflejo llenó la cubierta del escritorio–. No quiero que me mientas: ¿te atraigo como hombre?

Eréndira dio un paso atrás. Miró la pulcra vestimenta del “jefe”, como todos le llamaban. Aspiró y dijo marcando cada una de sus frases: –Desde que lo conocí, señor, me pareció usted un caballero con mucha personalidad. Respetable por el cargo que ejerce… Claro que es atractivo. Quién no lo es cuando está en el poder. Al pueblo le gusta su forma de hablar. Genera usted confianza y seguridad. Es un buen gobernador. Y yo, señor, con todo respeto, sólo soy parte del pueblo.

El hombre se quedó extrañado porque no esperaba esa respuesta y menos la actitud de su empleada. Así que fue al grano:

–Eres la parte hermosa, mujer. ¿Qué acaso tus compañeras no te explicaron lo de la pulsera de brillantes?

–Algo me dijo Juanita. Me parece un premio justo siempre y cuando exista el acuerdo de la otra parte. –En ese momento Eréndira sintió que había cometido un error y para frenar cualquier acción o frase comprometedora sacó la carta que llevaba preparada para “las emergencias”, como lo había planeado horas antes de acceder al despacho del gobernante–. Señor, antes de que se me olvide, debo decirle que mi padre me encargó que lo saludara y le preguntara sobre la gira del presidente: si ya recibió usted el programa que propone el sindicato. Lo de la gira por las fábricas, señor.

–¿Tu padre… quién es tu padre?

–Juan Guadalupe Rojas.

–¡Ah caray! Entonces eres hija de nuestro líder. Ya te puedes retirar, niña. Dile a tu señor papá que le llamaré cuando me confirmen lo de la gira presidencial. Que espero que cuando menos junte unos veinte mil trabajadores.

La joven dio la media vuelta y se retiró. La perfección de sus glúteos atrajo la mirada libidinosa del político que llegó al poder gracias a su amante, el homosexual y político más influyente de México.

Ella sonrió y empezó a disfrutar anticipándose a las expresiones de sorpresa que harían sus compañeras cuando descubrieran que no llevaba la significativa pulsera.

Y él empezó a temblar como si lo acontecido fuera el preámbulo de su desgracia política.

Pasaron los años y algunas de sus compañeras edecanes obtuvieron cargos de elección popular. Eréndira se convirtió en periodista, la más informada y por ende poderosa. La historia que la llevó a la fama fue precisamente el rompimiento amoroso del presidente con el gobernador, éste uno de los garañones preferidos de aquel dueño sexenal de la República…

*En el próximo número le platicaré otras breves historias que parecen cuentos, o al revés.

Pedro Nicodemo

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