Mejor casado que divorciado

Vida & Sociedad
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Ojalá que aquellos que gozamos de un hogar con nuestros papás unidos, que vivimos con una familia y respaldados, no seamos una especie en peligro de extinción, sino que contagiemos a todos con amor y busquemos el bien de todos simplemente por nuestra supervivencia...

En la actualidad, los juzgados en materia familiar se encuentran rebosados de expedientes, pero me encantaría decir que de casos de personas que han decidido maduramente separarse por el bien de toda la familia. Sin embargo esto no es así, puesto que en realidad los divorcios voluntarios sólo son un 2% del total. Por lo tanto, los juzgados están llenos de problemas a largo plazo, es decir, de divorcios necesarios.

En esto la vida es irónica, porque lo escucho todos los días, la gente se casa ilusionada, enamorada, con tantas ganas de tantas cosas. Eso sí, todos tienen un costal de expectativas que definitivamente no se pueden cumplir. Entre tejes y diretes, la cuestión inicia en una guerra campal en donde uno de los dos sale del domicilio conyugal y comienza así la Guerra de los Roses, y muchos de los abogados se encargan de alargar, entorpecer y cobrar lo más que pueden a sus clientes. El problema se complica, porque las personas en sus ganas de dejar de cohabitar y lidiar con la pareja que ahora es dispareja, ya no desean saber nada, pretenden que el mayor problema ya pasó cuando dicen “ya no aguanto más, me quiero divorciar de ti”, sin imaginar el calvario que están a punto de comenzar. Es impresionante ver cómo comienzan los asuntos con tantos bríos, con tantas ganas de exponer y ridiculizar tanto al otro como les sea posible. Corre la demanda y la contra demanda, y el chismerío comienza. El Juzgador toma las medidas provisionales y los dolores apenas inician, porque dentro de ello tiene que definir la guarda y custodia temporal de los menores, colocar un hogar de depósito, establecer el monto por alimentos y una serie de cosas. Es así como los niños comienzan un vaivén tremendo, no sólo porque ahora sí la guerra entre sus padres se encuentra declarada abiertamente, sino porque todos los que están a su alrededor comprenden el proceso de divorcio como la guerra entre los Capuleto y los Montesco.

Comienza a correr el tiempo y se llega a la etapa de pruebas y alegatos; para entonces, mínimamente ya pasaron seis meses. Aquí se definen las pruebas que ambos van a presentar, entre las que se incluyen: las testimoniales, comprobantes de trabajo y se piden cuantas constancias se pueden a instancias gubernamentales, de los ingresos, egresos, bienes y demás cuestiones materiales que estén en juego; por supuesto que se ofrecen periciales en diferentes materias, lo que incluyen periciales en materia contable, en genética, de trabajo social y por supuesto la reina de todas, la pericial en materia de psicología. Lo que implica que tanto las partes como todos los demás, que serán muchos los implicados, tendrán que ir a las largas audiencias, reunir docenas de papeles dificilísimos de conseguir, y que no hay trabajo que resista tantas ausencias, permisos y urgencias. Llegan las periciales y los extraños entran en la casa abriendo gavetas y preguntando por la intimidad de los que ahí habitan, y si la gente se siente desnuda en esta parte, cuando acude a los psicólogos, esto es peor. Porque básicamente cada quien tiene su perito particular y el juzgado pone uno propio, por lo que hay que pasar por el ojo del perito contratado que te verá buenito, el del contrario que te verá terriblemente enfermo y esperando en la idealización mayor, el del juzgado te verá tal cual eres. No hay modo de esconderse. En los expedientes obran las cosas más inauditas, miles de fotografías, audios, videos, periciales que certifican la autenticidad de los mismos, actas penales por violencia o violaciones, o cosas por el estilo. Y todo ello de dominio público, por si fuera poco.

Vueltas y vueltas a los juzgados, horas y horas perdidas, audiencias interminables, trámites engorrosos, pero la vida sigue su curso. El dolor inicial de las partes se hace nada cuando llega la guerra de las Pruebas y Alegatos, porque ahí todo se vale. Yo estoy segura que la crueldad de esta parte del proceso depende en mucho de la enfermedad mental, tanto de los abogados como de los que cercanos a las partes obtienen algún beneficio de esta guerra. ¿Y quiénes pierden? Siempre los niños, aquellos que nada tienen que hacer entre peritos y jueces, aquellos pobres angelitos que pisan los juzgados temerosos y que ante los ojos del Juez, el Ministerio Público, el Psicólogo y el Secretario de Acuerdos tienen que decir con quién quieren vivir, y si quieren o no quieren convivir con su otro progenitor.

Más grave se vuelve la cosa, cuando el progenitor, con la custodia temporal no quiere que el otro vea a sus hijos, como cualquier indicio de peligro de los niños, se vuelve “rete peligroso” sea o no sea real, se determinan las benditas convivencias supervisadas, que no es más que estar en exhibición como en vitrina. Si bien te va, se va a algún lugar en una institución gubernamental o una parte del mismo tribunal a convivir con sus hijos. Es deprimente que los seres humanos lleguemos a esto; no es posible que tengamos que estar vigilados por un psicólogo o trabajador social para poder convivir con nuestros hijos. Y ésta no es la peor parte, porque cuando se llega aquí es porque todos ya están muy cansados, muy desgastados y es sumamente complicado al menos platicar. No creo que traigamos a los hijos a este mundo a vivir tantas cosas.

Y en esto se pueden pasar los años, entre el juicio, incidentes, apelaciones, recursos, segundas instancias y por qué no, amparos. El Derecho Familiar tiene tantos vericuetos como las curvas a Taxco; por lo tanto, todo lo legalmente “posible” se puede ir a años y años. Cuando uno va a revisar los expedientes a juzgado a veces da vergüenza revisar asuntos que tienen siete u ocho años y que constan de varios tomos gruesos, inaccesibles, imposibles de entender por tanto y tanto enredo. Definitivamente todo esto está lleno de mentiras, de tretas, como dirían los abogados triquiñuelas. Son chicanadas tras chicanadas y ya me siento mal por sonar más a abogado que a psicólogo.

Lo que pueda decir es poco, pero quisiera dejar bien en claro que las heridas que se abren en todos estos procesos no sanan; lo digo con conocimiento de causa, lo veo todos los días, todos los días intento enmendar corazones rotos, todos los días veo niños y padres llorando, todos los días recibo toneladas de dolor, amargura, odio y tantas cosas negativas en donde se supone que hubo amor. Pero lo que sí me parte el alma, es ver a niños envenenados, ver a tantos niños que lloran y que no comprenden por qué sus papás se encuentran separados, ver la vileza de los procesos, la frialdad de los abogados, la crueldad de toda esta maquinaria de destrucción. Y al final, tanta impotencia porque hay que entender que hay heridas en el alma que no sanan nunca.

Yo no sé qué tenga que pasar para que abramos los ojos, pero no es posible que sigamos permitiendo que nuestros niños sufran tanto; verdaderamente pienso que difícilmente ejerceré mi profesión por muchos años, simplemente porque me encontraré desarmada frente a realidades sin solución. No es posible que no podamos hablar, que no podamos hacer que el amor crezca y permanezca; no es posible que gane más el ego y que al final de los años en un destrozo total se estén firmando acuerdos absurdos cuando todos están terriblemente lastimados. Porque créanme, al final, y después de tanto, todo se reduce a dinero; es finalmente lo que arregla años y años de guerra descomunal. Y esto, sobre todas las cosas, es lo más irónico de todo.

No quiero pensar que ya no habrá mañana para esta sociedad, no quiero ni imaginar que éste es el único destino que nos queda por vivir; ojalá que salvemos a nuestros niños, a nuestras familias, que permitamos que las infancias felices se conviertan en bendiciones para todos, no que las infancias truncas, rotas y destruidas aumenten día a día la violencia, la desconsideración y el egoísmo.

De cualquier forma el que se divorcia tiene que seguir haciendo acuerdos toda la vida, para los tiempos de los hijos, las vacaciones, los eventos; en fin, no importa que se tenga una familia nueva, no importa que se viva en casa nueva con un hombre o mujer nueva, de cualquier forma, siguen atados al pasado con grillete porque no pudieron responder como adultos a sus decisiones ni ser valientes y, si es posible, sostener la familia. Evidentemente también hay casos extremos, que he de aclarar por supuesto, son los menos, en donde lo mejor es no estar juntos y por el bien de todos.

Ojalá que aquellos que gozamos de un hogar con nuestros papás unidos, que vivimos con una familia y respaldados, no seamos una especie en peligro de extinción, sino que contagiemos a todos con amor y busquemos el bien de todos simplemente por nuestra supervivencia.

Esther Guadarrama Benavides