Tochimilco

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El volcán a unos pocos metros, exhalando fumarolas, vigilando, permitiendo la subsistencia del pueblo. Dejando a los pocos seres disfrutar de tan majestuosa vista y tan increíble lugar. Un paraíso perdido, un pueblo mágico. ¡Qué esperas! Visítalo...

Esta vez, la vida nos ofreció la oportunidad de visitar un lugar escondido en las faldas del volcán Popocatépetl. Lleno de misticismo, como salido del lienzo de un perfecto cuadro pintado al óleo. Todo parece calmado, estático, vacío. Como un pueblo fantasma. Caminando por ahí, un día entre semana, puedes contar con los dedos de la mano a los pobladores. Asomados por las ventanas de las casas de adobe, o caminando por sus calles rodeadas de huertas de aguacate. Ríos entre las calles, agua pura. Me refiero a Tochimilco. Pueblo custodiado por Gregorio, un gran volcán.

En el centro, puedes admirar una obra de arte. El convento del siglo XVI, estilo fortaleza, -que tiene un reconocimiento mundial como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO- mismo que aún guarda con recelo los nichos de las tumbas. Las piedras intactas, los retablos avejentados. Tochimilco estuvo habitado por Olmecas y Nahuas. Actualmente hablan Náhuatl y mantienen vivas sus tradiciones y costumbres.

A solo 44 kilómetros de Puebla y a poco menos de 7 de Atlixco, se da un fenómeno ya usual en muchas poblaciones de México. No hay familias completas por la migración de los varones a los Estados Unidos, un sincretismo cultural cínico y despiadado. Casas con elementos estilo californiano. Colores y sabores de allá, del país de los grupos inmigrantes.

Campesinos que ávidos de una mejor vida, arriesgan su pellejo para cruzar la frontera y permitirles a sus descendientes un presente un poco mejor. Descuidando sus fuentes de recursos, aquellas tierras que por tantos años custodiaron los pobladores.

Placer visual sin duda. Placer de sentidos, de colores, de mexicanismo. Fuente de inspiración para artistas. Conjunto de piedras formando una fuente hermosísima de la cual emanan chorros de agua de diferentes sabores y colores. Un guardián celoso de tan exquisito tesoro, el cual brama de coraje y odio por todo lo que ve, ahí a sus pies. Tanto abandono, tanta injusticia en el campo. Mira a sus discípulos trabajar días completos bajo el sol, para recibir ridículas cantidades de morralla por sus cosechas, vendidas a los “coyotes” quienes reciben solo por el intercambio, lo que podría ser la salvación del pueblo. Pero no librado de los ladrones de arte sacro, aquellos impunes y asquerosos vividores de la ignorancia desmedida. Una decepción sin duda.

Ahí está. Para que lo visitemos. Toma media hora llegar. No hay mucho que ver, pero lo que admirarás ahí, cambiará tu vida. El volcán a unos pocos metros, exhalando fumarolas, vigilando, permitiendo la subsistencia del pueblo. Dejando a los pocos seres disfrutar de tan majestuosa vista y tan increíble lugar. Un paraíso perdido, un pueblo mágico. ¡Qué esperas! Visítalo.

 

 

 

 

Tobías Cruz