Encanto Caciquil (Crónicas sin censura 25)

Réplica y Contrarréplica
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Gracias a la condescendencia de una viuda de no malos bigotes, Eleazar Camarillo Ochoa, cacique de Atlixco y sus alrededores, logró ascender a la cúspide política.

Quienes han oído la historia en voz del protagonista, cuentan que siendo éste un adolescente escuchó el consejo de su padrastro y se animó a enamorar a la entonces bella, madura y frondosa dama. Después de varios intentos la constancia juvenil triunfó y el púber ganó el respeto de los trabajadores de la industria textil atlixquense. Junto con la conquista amorosa nació el liderazgo y poder de este controvertido líder. Dicen los políticos que han presenciado las multitudinarias manifestaciones de adhesión, que este cacicazgo es un mal necesario.

    Por allá donde – según ha dicho el abogado Rodolfo Hidalgo Rojas– sentó sus reales el mejor clima del mundo– no se mueve nada sin el permiso de Eleazar Camarillo. Desde hace medio siglo cuarenta municipios y centenas de comunidades están bajo su dominio y control político (en otra época compartida con Antonio J. Hernández). Los habitantes de la región lo respetan y temen gracias al recuerdo de la violencia criminal protagonizada por la CROM. Las veladoras de muchos muertos aún están prendidas. El olor de la cera, revuelto con el tufo de la pólvora mantiene a los lugareños en estado de pánico. De ahí la “disciplina” que han constatado los últimos diez gobernadores, y por ello la “vocación” de los atlixquenses plasmada en el dicho que reza “Más vale un cobarde a la CROM que un valiente al panteón”.

    El hecho de que el gobierno solape o soslaye los cacicazgos incluido el de Atlixco, definitivamente no es cobardía. Es una simple, convenenciera y lamentable comodidad electoral que pasaría inadvertida si las autoridades no fueran cómplices como hace unas semanas para salvar la notaria del primogénito de don Eleazar, misteriosamente desaparecieron los expedientes judiciales que probaban el despojo que generó una de las muchas recomendaciones que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) hizo al gobierno de Mariano Piña Olaya.

    En noviembre volveremos a constatar la “disciplina electoral” de los ciudadanos de aquella región dominada por Camarillo Ochoa. Por lo pronto, Manuel Bartlett Díaz, candidato del PRI a la gubernatura, ya constató la bonhomía, control político y calidad de anfitrión de este novelesco personaje. Sería conveniente que en su momento escuchara las viudas de la región para, de una vez por todas, aclarar las muertes violentas de varios campesinos que enfrentados contra la hegemonía y tentáculos del cacique, adelantaran su viaje al otro mundo.

    Gobernar sin caciques, debe ser uno de los actos más importantes para el próximo gobernador. Lo intentaron Jiménez Morales y Piña Olaya y fallaron. Porque al igual que a la viuda de no malos bigotes, el encanto de don Eleazar los hizo sucumbir, perdiendo la oportunidad de que el cacicazgo poblano fuera parte de nuestro anecdotario. Veremos, pues, que tan necesario puede ser un mal de esta naturaleza.

 

2/VII/1992.

Alejandro C. Manjarrez