El choque de las águilas (El precursor de la CIA)

Réplica y Contrarréplica
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Estado de México.

Ya nadie piensa en la vieja utopía de la desaparición de las fronteras.

José J. Reynoso

Febrero de 1917

Una vez lograda la Independencia y después de hacerse de la Florida y del territorio de Luisiana, los Estados Unidos decidieron que su superficie territorial todavía no era suficiente para satisfacer la extensión que ordenaba su destino manifiesto. De ahí que pusieran en práctica el proyecto expansionista que finalmente llegó a concretarse durante la gestión del presidente James Polk, quien, al concluir su mandato (1849) dejó constancia de que con la “adquisición de California y de Nuevo México” la fijación de los límites de Oregon y “la anexión de Texas”, aumentaría la riqueza del país, superando incluso los resultados obtenidos desde la adopción de la Constitución. Y aunque el gobierno de Polk recibió muchas críticas, éstas se diluyeron cuando en su cuarto y último informe comentó que los territorios adquiridos durante su administración, aumentaban a más del doble el tamaño de su país.

 

“La guerra con México –dijo un conocido senador estadounidense de la época– favorable para los especuladores y debida a las intrigas de Santa Ana, es un baldón para el gobierno, y todo fue obra del gabinete de Polk (…) La adquisición de Nuevo México y California, fruto de esa guerra, fue el principal suceso de aquel gobierno, pero esto se habría conseguido sin esa guerra sangrienta, siempre y cuando el presidente hubiera contado con un gabinete menos intrigante".

 

Y ni hablar de que la intriga fue determinante para alcanzar los objetivos expansionistas estadounidenses. Joel Roberts Poinsett cuya fecunda vida política empezó en 1803 al mezclarse en asuntos internos de Suiza, tuvo a su cargo poner en práctica la estrategia destinada a quedarse con una parte del territorio mexicano. Pero antes de entrar en detalle, veamos quién fue Poinsett. Y cuáles fueron sus antecedentes y vocación.

Nació el año de 1779 en Charleston, Carolina del Sur. Descendiente de hugonotes y heredero de una cuantiosa fortuna, estudió en Inglaterra y luego en la Universidad de Edimburgo donde aprendió medicina y cirugía. En 1804 viajó por su país y Canadá para luego dirigirse a Rusia y conocer al Zar Alejandro I. De ahí se dirigió a París donde residió hasta 1809, año en que volvió a su patria.

En 1810 el presidente Madison lo nombró agente especial enviándolo a América del Sur para investigar los avances de las revoluciones en Buenos Aires, Chile y Perú. En Santiago instó a los chilenos a proclamar su independencia, circunstancia que le acarreó los problemas que finalmente le obligaron a abandonar el país.

Ya de regreso en su patria fue electo diputado a la legislatura de Carolina y al Congreso federal. Se le consideró como uno de los más entusiastas impulsores de la doctrina Monroe. Y en 1822 llegó en misión secreta a Veracruz, con el encargo de informar a su gobierno sobre la situación política del imperio iturbidista. La enciclopedia de México establece que en ese primer viaje conoció a Santa Anna; que se entrevistó con el ministro de Relaciones Exteriores José Manuel de Herrera; qué trabó amistad con Miguel Santa María, ministro de Colombia quien tuvo a bien hacerle un diagnóstico de la situación del país y que después habló brevemente con Agustín de Iturbide. De esta manera, aunque a vuelo de pájaro, fue enterado de la importancia e influencia de los grupos políticos, así como de la situación por la que atravesaba la nación.

 

Un espía en ciernes  

El resultado de este caballero de Carolina del Sur, que bien podría ser el pionero de la nunca bien ponderada CIA, está ampliamente  detallado en la introducción del libro de Carlos Bosh García, Material para la historia diplomática de México. (México y los Estados Unidos 1820-1848), del cual a continuación resumo una parte con la intención de mostrar al lector cómo encontraba Poinsett a México, entonces un país a la medida de su anhelo intervencionista.

 

“Las relaciones entre los Estados Unidos y el México independiente se abren en la época de Agustín de Iturbide, cuyo imperio se topa con la necesidad de ponerse en contacto con los países extranjeros. Sin embargo, la apertura propiamente dicha de las relaciones se produjo en la época de Guadalupe Victoria, cuando se volvió a plantear el problema y se buscó el reconocimiento de la nación mexicana en el exterior. Las relaciones encaminadas a buscar el reconocimiento proporcionaron a su vez, desde el punto de vista de los Estados Unidos, la ocasión para plantear problemas de gran trascendencia en la vida mexicana y firmaron temas constantes durante los primeros cincuenta años del siglo XIX.”

 

Todo se le facilitó a Poinsett, incluido el trabajo para dividir a los masones mediante el impulso del rito yorquino en contraposición al escocés que entonces dominaba (en aquellos años la masonería hacía las veces de columna vertebral de la política). Eso es porque en sus logias se tejían las redes para el ejercicio de la política con base en el conocimiento de la ciencia.

De esta manera México se vio envuelto en una lucha con profundas reminiscencias coloniales e influencias extranjeras, retrasó la conformación de su personalidad nacional. Para complicar las cosas, Inglaterra, Francia, España y los Estados Unidos deseaban imponer su

 

“hegemonía en el gobierno de (nuestro) país en formación –continúa Carlos Bosh García– la iglesia, los masones, los liberales, los conservadores, los federales, los centralistas, los monárquicos, los republicanos en suma, los que dejaban de lado la preocupación nacional (…) eran los elementos que rivalizaban en la pugna por definir la evolución de México".

 

Nuestra nación eminentemente agrícola y las grandes perspectivas consumistas que nos hicieron tan importantes para el comercio de nuestro vecino país del norte, estaba entrampada entre el imperialismo norteamericano y los intereses creados por la pujante industrialización que mantenía en ascuas al mundo.

 

“Era patente también la controversia de conceptos políticos (extendida) en todo el mundo y que, como es natural, se tenía que reflejar en México; por un lado los canales de pensamiento producidos por las revoluciones francesa y americana y los (provocados) por la Santa Alianza con su política conservadora, opuesta al pensamiento ideal; de otro las ideas de restauración que alimentaron los movimientos monárquicos y la forma en que a estos ideales se ajustaron la iglesia, los masones y el ejército junto con los demás partidos e instituciones políticas que forman la vida de la nación".

Ello además de la psicología y el carácter del hombre fronterizo de los Estados Unidos, del aventurero, del indio nómada, del comerciante sin escrúpulos, del esclavista.

Y aunque–según confirma Bush García–la intención del presidente norteamericano fue encargar a Poinsett la observación de las relaciones entre México y Cuba, a fin de detectar cualquier efecto nocivo a la política estadounidense, la verdad es que la misión diplomática del carolino estuvo centrada en preparar el terreno político para lo que más tarde sería la guerra de 1847 y sus preconcebidas y bien planeadas consecuencias: la venta de la mitad del territorio mexicano.

Como quedó apuntado, la primera vez que mister Joel pisó el territorio mexicano lo hizo disfrazado de turista y sin representación oficial, a pesar de que llegó a bordo de un navío de guerra de los Estados Unidos, poco antes de presentarse ante Santa Anna como influyente norteamericano a quien debería facilitarle el traslado de Veracruz a la Ciudad de México. En ese viaje… digamos que de gorra, pasó por Puebla para, según Francisco Cabrera, lanzar su primer desplante cuando cruza la garita y hace uso de una prosopopeya puritana con acento masónico, espetando que se trata de una institución tan molesta como ruinosa para el comercio.

En esa ocasión también enseña su poca sensibilidad y menosprecio por el pueblo. Y en sus notas demuestra sus escasos conocimientos de arte, además de exhibir su desinterés por entender la cultura mesoamericana, actitud que ha distinguido a quienes por encima de todo prefieren el dinero y los bienes materiales. Sin embargo, le llaman la atención las enormes construcciones de piedra que “no indican que allí more la pobreza” aunque fue allí dónde vio “mayor número de seres escuálidos y miserables, vestidos con harapos, enseñando sus lacras y deformidades para despertar compasión” y redondeaba sus comentarios diciendo que

 

“en países como este la gente solo trabaja lo estrictamente indispensable para poder vivir y pasársela de manos a boca. Si sufren algún accidente o pierden un miembro o se consumen por alguna enfermedad, van a las ciudades para subsistir de la caridad pública. Esto sucede especialmente aquí, pues en esta ciudad (Puebla) abundan los conventos (…) Contamos más de cien torres y cúpulas. Cada una de estas instituciones sostiene a determinado número de pobres que reciben una pitanza diaria en la puerta del convento, sin perjuicio de la suma que reúnen implorando limosnas en la calle.”

 

Poinsett concluye sus observaciones, que sin duda deben de haber animado a los estrategas militares yanquis, con una especie de compendio cuya carga científica lleva el estilo del barón Alejandro de Humbolt.

 

“Estas lacras solo se encuentran en las colectividades agrícolas, industriales y comerciales, especialmente en los climas benignos y en los territorios fértiles o allí donde, a causa de un exceso de civilización, la ley imparte asistencia a los pobres. El motivo es el mismo en ambos casos. Los pobres se vuelven imprevisores debido a que la naturaleza provee a sus necesidades o por los usos y costumbres de la sociedad civilizada".

 

Un año después Poinsett enviaba al secretario de Estado –su jefe- el siguiente informe que aclara los verdaderos objetivos de su misión.

 

“Me parece importante ganar tiempo si queremos extender nuestro territorio más allá de la frontera acordada en el tratado de 1819 (Onis Adams). La mayoría del terreno de valor desde Sabina a Colorado, ha sido concedido por el estado de Texas y se está poblando rápido con concesionarios o aventureros de los Estados Unidos, población que encontrarán muy difícil de gobernar, y quizá dentro de algún tiempo no les costará tanto como ahora desprenderse de él.”

 

Una vez presentadas sus credenciales en lo que fue su regreso con patente de inviolabilidad, ya como el primer embajador que los Estados Unidos acreditara en el México independiente, Joel Roberts Poinsett dedicó su tiempo al espionaje, obviamente sin tomar en cuenta y menos aún respetar los principios de independencia que eran los mismos de su nación: la soberanía del pueblo y los derechos inalienables del hombre.

En esta segunda estancia iniciada en 1825, haciendo caso omiso del decoro diplomático el embajador envió comunicados al Departamento de Estado del Tío Sam. Transcribo parte de una larga comunicación originalmente redactada en clave para que el lector confirme el estilo de espionaje adoptado.

 

“Los comisionados ingleses reverenciaban grandemente a Tórnel, el secretario del presidente, hombre común y vano, que ejerce gran influencia en su superior. Alamán que ciertamente es hombre de talento pero sospechoso, con razón, de tener inclinaciones europeas, también lo aceptó. Con anterioridad yo le dije que recibía un sueldo de una compañía minera inglesa. Esteva, el secretario de Hacienda muy unido a Edelman, y no estando satisfecho de su influencia que ejercían, hicieron un plan en unión de Santa María, ministro de Colombia, y la Condesa de Regla, una criolla bonita de gran habilidad y con mucha influencia sobre Victoria, para sacar a don Pablo de la Llave, el Ministro de Cultura y Asuntos Económicos, con el fin de nombrar al Obispo Puebla en su lugar. Este hombre de nacimiento europeo es un terrible enemigo y peligroso de estos países. Jugó un gran papel cuando se elevó el usurpador Iturbide".

Cuando se formó esta conspiración me pusieron al corriente de lo que pasaba. De la Llave se retiró al campo para esperar los sucesos. Pero Ramos Arizpe le negó el cargo. El partido formado por el Senado en contra de Alamán poco a poco se desarrolló formidablemente, al darse cuenta debió de haberse retirado. Este otoño, Alamán notó la combinación y se presentó la dimisión, como resultado de un pique personal con Ward que utilizó toda su influencia directa o indirecta, con el presidente para que lo destituyera.

Esteva que vio la caída de su asociado como inminente, ya lo había abandonado. Ramos Arizpe hizo todos sus esfuerzos para conseguir que el presidente nombrara a Michelena, último enviado a Londres, para que desempeñara el puesto que quedó vacante al retirarse Alamán, pero Victoria tiene antipatías personales contra Michelena. Victoria le teme y tiene antipatía y por eso resistió a los esfuerzos de Arispe y sus amigos. Ha nombrado a un tal Camacho, un joven muy poco conocido de Xalapa. Michelena y Arispe han sido elegidos por el presidente para ir a Panamá. 

Como es sabido Poinsett cumplió con gran eficacia sus dos misiones: la diplomática y la de espionaje. Y aunque fracasó en la compra de Texas encomendada por el presidente Adams (ofreció a Vicente Guerrero, entonces presidente de México, cinco millones de dólares), pudo inmiscuirse en la política interna llegando a sentar las bases de la invasión norteamericana (1846–1848) y la consecuente pérdida de la mitad del territorio mexicano.

    José María Boca Negra, secretario de Relaciones, pidió al presidente Jackson el retiro de Poinsett por lo que éste se vio obligado a regresar a su tierra donde fue electo senador y en 1837 ocupó la secretaría de Guerra en el gabinete del Presidente Van Buren. La vida le permitió ver cómo su país ampliaba sus fronteras y de qué manera concluían sus intrigas.

Conste que Poinsett no fue un hombre excepcional. Como él actuó la mayoría de los funcionarios públicos norteamericanos moldeados por una cultura política que empezó a firmarse en el crisol medieval. Todos se empeñaron en cumplir la paradójica misión encomendada por Dios, que podríamos definir como liberalismo económico.

Alejandro C. Manjarrez