Liderazgo a contrapelo

Alejandro C Manjarrez
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 La nota de marras refería alguno de los tropiezos políticos de la organización Antorcha Campesina...

 

Comienzo con la premisa de que la función del líder

es producir más líderes, no más seguidores.

Ralph Nader

 

Un minuto después del último teclazo al teletipo, sonó el teléfono de la oficina de Comunicación Social del gobierno poblano.

- ¿¡Acabas de enviar un télex !? —Me preguntó gritando uno de los empleados.

Como mi respuesta fue afirmativa, mostró el auricular al tiempo que decía:

—Entonces es para ti la llamada.

Fui a contestar la llamada, me identifiqué y pregunté quién estaba al otro lado de la línea.

—Soy empleado de la Secretaría de Gobernación... Al estar checando los télex encontré que del registrado a nombre del gobierno de Puebla, enviaron uno a Excélsior

—Fui yo, ¿algún problema? —Pregunté.

- ¿Usted quién es? —Reviró el empleado.

Repetí mi nombre y dije que era corresponsal del periódico referido. Mientras hablaba entendí el motivo de la preocupación y aclaré la causa por la que había utilizado el teletipo del gobierno (lo usé porque estaba descompuesto el de la corresponsalía).

Un seco y cortante “gracias” cerró la breve pero ilustrativa conversación.

Estuve preocupado hasta el día siguiente.

Pensaba en la censura proveniente del Estado.

De ahí que lo primero que hice fue checar si había salido la nota en el periódico.

Comprobé que no hubo censura, cuando menos en Excélsior.

La nota de marras se refiere a alguno de los tropiezos políticos de la organización Antorcha Campesina, entonces —según lo escribí— con acciones de tipo paramilitar.

Dos días después Carlos Manuel Sala, delegado en Puebla de la PGR, me dijo que el comandante de la Zona Militar se había enterado de nuestra amistad.

- Me pidió manifestarte su interés en platicar conmigo - dijo. Y con una actitud cordial, extraña en él, agregó—: Te espera mañana a las diez, claro si no tienes otro compromiso.

Como la curiosidad se mezcló con la oportunidad de entrevistar al general jefe de la zona, de inmediato acepté la invitación.

Llegué puntual a la cita.

Pasé dos filtros administrativos.

Escuché mi nombre en una llamada interna y fui conducido por el ujier-teniente hasta el despacho del comandante de la Zona Militar.

El “gracias por aceptar mi invitación” fue el saludo inicial del general, antes de que yo ocupara la silla, frente al amplio escritorio que parecía una enorme repisa para la bandera en miniatura y la réplica de alguna pieza de artillería.

—He leído con interés sus comentarios sobre el asunto de Antorcha Campesina. ¿Hay algo que usted haya omitido y debamos saber nosotros? —Disparó el militar.

—Todo lo que sé y me han dicho mis fuentes está publicado —respondí con el tono de voz más amable que se me dio.

- ¿Tienen armas? —Contraatacó.

—Intuyo que sí. Lo he referido en mis notas —reviré—. Es lo que aseguran las fuentes que entrevisté. Seguramente usted lo ha leído general…

—Sí, sí. Dicen que su esquema se parece al de los grupos paramilitares. Y que su estrategia se basa en ampliar su radio de acción a otras partes del estado…

—Y del país —interrumpí.

El jefe militar me miró como supongo que veía Fabricio Colonna, el general que mencionó Maquiavelo en su libro El arte de la guerra.

- ¿Conoce usted al señor Aquiles Córdova? —Preguntó amable pero sin hacer de lado su autoridad castrense.

—No general. Lo que sé de él es por las referencias periodísticas, por sus escritos y por lo que dicen sus allegados. La versión menos favorable es la de Cástulo Campos Merino, su primo y además enemigo jurado. De ello he escrito. E incluso publiqué el dicho de Cástulo sobre su asesinato, que ya esperaba. ¿Lo leyó?

- ¡Sí, como no! Claro que lo leí. ¿Entonces no sabe usted si tienen armas allá en Tecomatlán? —Volvió a la carga.

—Y quién no tiene armas en esta época, señor general —le respondí ya en mi posición de periodista a la defensiva.

Así, con fuego cruzado, concluyó el encuentro que parecía una entrevista al revés.

Me retiré.

No publiqué nada de aquella reunión porque la supuse off the record. Sin embargo, seguí las pistas que me dio el comandante de la Zona Militar, observación que me sirvió para escribir algunas notas y columnas sobre Antorcha Campesina.

Pasado el tiempo dediqué a los antorchistas un capítulo en el libro de mi autoría (Puebla, el rostro olvidado ): con esa referencia medio me “reconcilié” con la organización (alguien me lo dijo) porque, además de la información negra publicada en mis columnas (por las cuales los dirigentes me catalogaron como su enemigo público número uno), reproduje su versión sobre el trabajo político y social de la organización. Por ejemplo:

El saldo de muertos por la guerra entre los grupos de Aquiles y de Cástulo. Entonces el marcador necrológico es: 9 muertos en el grupo de Campos Merino y 13 en las huestes antorchistas.

El asesinato de Cástulo en el Distrito Federal, mismo que se adelantó a las formas que hoy utilizan los narcos. Las sospechas nunca confirmadas apuntaban hacia Aquiles, su enemigo regional.

La toma de Huitzilán de Serdán, operación avalada por el gobierno de Jiménez Morales, cuya tolerancia había llegado a sus límites debido a los 200 crímenes ocurridos por los enfrentamientos de la UCI y la CCI. Arribaron los “salvadores” y ya no hubo muertos en serie, excepto el saldo de las emboscadas donde murieron los dirigentes de aquella Unión Campesina Independiente y la Confederación con los mismos “apellidos”.

El estilo para “convencer” a los invitados a las fiestas de Tecomatlán (espartacadas), sede de Antorcha Campesina, método (así lo dije) que pudo haber formado parte de las historias de Morir en el Golfo de Héctor Aguilar Camín.

El perfil del líder Aquiles Córdova Morán, cuyo éxito se debe a su innegable vocación social, a veces trastocada con su innegable tozudez política.

Los nombres de los rivales políticos de Antorcha, contendientes que una y otra vez fracasaron en su misión, digamos que reivindicatoria. Uno de ellos: Gaudencio Ruiz García, legislador perredista local; y otro: Manuel Ángel Cordero, diputado priista local.

Oscuridad republicana

Semanas después de aquel encuentro con el general comandante de la Zona Militar, Carlos Manuel Sala me hizo una pregunta como preámbulo a la información que después me dio:

—¿Te enteraste del operativo militar en la zona de Tecomatlán?

Mi silencio lo hizo sonreír. No sabía nada pero evité confesarlo. Lo único que se me ocurrió fue responder con otra pregunta:

- ¿Y encontraron armas?

—Ninguna. Alguien les dio el pitazo.

—Bueno, a lo mejor usan flechas —jugué.

—Ni eso porque protegen el talón de Aquiles —reviró festivo.

Mi mutismo producto de la sorpresa lo animó a ser más explícito e hizo un recuento de los pormenores. Al final de la conversación, ambos quedamos con la impresión de que el líder contaba con dos o tres informantes (“orejas”) cuyo trabajo era mantenerlo al tanto de lo que podría afectarlo.

Por ello, supongo sin conceder, fracasó el operativo militar.

Pasaron tres meses y una tarde-noche acudí al Palacio de Gobierno para entrevistar a Raúl Castillo Ramírez, secretario particular del gobernador Guillermo Jiménez Morales.

Eran los días de la austeridad republicana decretada por Miguel de la Madrid. Y también la época en que el mandatario poblano, fiel reproductor de lo que hacía o decía el presidente, su jefe, determinó que para ahorrar dinero se apagaran las lámparas de los pasillos de las oficinas públicas, incluida la sede del poder Ejecutivo.

La oscuridad vespertina cayó sobre ése y otros edificios.

En el Ejecutivo que antes de ser Palacio de Gobierno fue bodega de una cervecería, las gruesas columnas de piedra ocultaban a quienes tenían que realizar algún trámite personal u oficial.

Cumplí con el protocolo y le informé a la secretaria sobre la intención de entrevistar a Castillo.

Esperé la respuesta de Raúl en el rincón más oscuro de aquel corredor que comunicaba la segunda planta del edificio diseñado y construido por los jesuitas.

Mientras me recibía pensé en las preguntas que debería que hacer. En esas andaba cuando a lo lejos vi a varios espectros caminando en dirección a mí.

Era Aquiles Córdova y cuatro de sus “sombras”.

Me sumí en la silla para que no me vieran.

Con sus pasos largos se dirigieron directamente hacia la puerta privada del secretario particular ubicada muy cerca de mi "escondite" arrinconado.

Era obvio querían hablar con él.

Aquiles traía ganas de pelear, exigir, reclamar.

Alcancé a ver la expresión del líder cuando un relámpago iluminó su rostro: llevaba puesto la mueca adusta que lo hizo temible, respetado.

La penumbra que siguió al destello me indujo a imaginar la cara del resto, sus clones, todos imitándolo para sentirse como él: poderosos, autoritarios y prepotentes ante la poderosa, autoritaria y prepotente burocracia dorada.

Dos manotazos a la puerta y apareció el particular con cara de pocos amigos. No creía que alguien se hubiera atrevido a irrumpirlo con tanto descaro. Su reacción facial indicaba que habría gritos, reclamos y regaños.

Pero no.

Cuando se encontró con el rostro de Aquiles, Raúl cambió la mueca para poner la mejor de las caras.

- ¡Aquiles! ¡Qué gusto! ¿A qué debo su visita?

—No he tenido noticias de la petición que hicimos al gobernador —reclamó seco el antorchista.

—Le iba a llamar. Me encargó el señor comentarle que la portación de armas es un asunto federal y…

—Sí, ya lo sé —interrumpió Aquiles—, pero fueron los militares quienes lo detuvieron…

—Pero no los asignados a la Zona Militar de Puebla, Aquiles. Pertenecen al estado de Hidalgo. Ahí no alcanza la influencia del gobernador.

—Pues dígale usted a su jefe que así como nosotros lo hemos ayudado a resolver sus problemas donde no alcanzó su influencia y poder, ahora él tiene que ayudarnos a nosotros. A ver cómo le hace. Coméntele que como amigos quiero respuestas positivas no disculpas absurdas…

Acabó la breve visita.

Aquiles y sus “sombras” se perdieron en la oscuridad republicana.

Inspirado por la penumbra y la experiencia recordé la conversación con Cástulo Campos:

“Le he matado trece sicarios a mi primo Aquiles Córdova. Yo llevo perdidos nueve. Y estoy amenazado de muerte. Así que si algún día se entera que fui asesinado, le ruego que publique lo que le he dicho ”.

Y así lo hice.

Y por ello fui catalogado como el “enemigo público número uno” de Antorcha Campesina.

¡Uf…!

 

Alejandro C. Manjarrez