Cultura: manipulación o inteligibilidad de la vida pública

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Evidentemente, en esta labor la función de la educación (acción, omisión o perversión) es fundamental. Recordemos el estado de la educación pública y privada en México para tener idea de la magnitud del desastre humano...

Es famosa por amplia como por inútil –dado su alto rendimiento retórico en manos de demagogos incontinentes– esta definición E. B. Tylor:

“La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la tecnología, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad”.

Esta definición es inoperante por su amplitud denotativa.

Debemos, entonces, acotar teóricamente la definición de cultura hasta obtener un concepto útil para la reflexión y el debate.

Propongo:

Cultura es un conjunto de creencias (no verificadas), valores (verificados personalmente) y símbolos, mismo que combinado con ciertas habilidades de apreciación estética producen un perfil característico de individuo y comunidad.

Cultura es la capacidad de producción social de símbolos que confieren inteligibilidad a la vida humana. El concepto de identidad cultural puede mudar productivamente si lo reconfiguramos como identidad ciudadana. O dicho de otra manera: construcción de la condición ciudadana del individuo.

De esta manera, contraviniendo el realismo antropológico oficial en boga –por cierto, cruzado de cierto neopositivismo ingenuo que desecha lo intangible por no mesurable– podremos emprender la recuperación de la ideología como guión de principios que rigen la acción política.

Porque la definición de cultura es, en primer lugar, una construcción teórica con carga política.

La cultura debe proporcionar sentido a la vida social. Para la vida en comunidad es imprescindible que exista noción de destino, de rumbo, de construcción del presente y de futuro social. De lo contrario, seremos una generación de siervos sin trascendencia histórica.

Conocer la historia de México (y de Puebla, de Morelos, de Veracruz y de Quintana Roo) para ubicar en una línea de tiempo nuestros días y así gracias a la perspectiva temporal valorar nuestras acciones y decisiones, sería un acto de apropiación crítica del mundo social.

Evidentemente, en esta labor la función de la educación (acción, omisión o perversión) es fundamental. Recordemos el estado de la educación pública y privada en México para tener idea de la magnitud del desastre humano.

Esta tarea implicaría una singular metodología basada en la reflexión y en la acción crítica de cada uno de los átomos de universo social.

Como puede verse es, a un tiempo, dato duro tanto para el pesimismo como para el optimismo.

Cuestión de elecciones.

Como todo.

Roberto Martínez Garcilazo