Octavio Paz y Mario Vargas Llosa

Alejandro C Manjarrez
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Encuentros y desencuentros del los Premio Nobel de Literatura...

Lo dijo Vargas Llosa

…Pero es cierto que su imagen se vio algo enturbiada (…) por su relación con los gobiernos del PRI, ante los que moderó su actitud crítica. Esto no fue gratuito, ni, como se ha dicho, una claudicación debida a los halagos y pleitesías que multiplicaba hacia él el poder con el ánimo de sobornarlo. Obedecía a una convicción que, aunque yo creo errada (…) Octavio Paz defendió con argumentos coherentes. Desde 1970, en su espléndido análisis de la realidad política de México, Posdata, sostuvo que la forma ideal de la imprescindible democratización de su país era la evolución, no la revolución, una forma gradual emprendida al interior del propio sistema mexicano, algo que, según él, empezó a tener lugar con el gobierno de Miguel de la Madrid y se aceleró luego, de manera irreversible, con el de su sucesor, Salinas de Gortari. Ni siquiera los grandes escándalos de corrupción y crímenes de esta Administración lo llevaron a revisar su tesis de que sería el propio PRI quien pondría fin al monopolio político del partido gobernante y traería la democracia a México.

Muchas veces me pregunté en estos años por qué el intelectual latinoamericano que con mayor lucidez había autopsiado el fenómeno de la dictadura (en El ogro filantrópico, 1979) y la variante mexicana del autoritarismo, podía hacer gala en este caso de tanta ingenuidad. Una respuesta posible es la siguiente: Paz sostenía semejante tesis, menos por fe en la aptitud del PRI para metamorfosearse en un partido genuinamente democrático, que por su desconfianza pugnaz hacia las fuerzas políticas alternativas, el PAN (Partido Acción Nacional) o el PRD (Partido de la Revolución Democrática). Nunca creyó que estas formaciones estuvieran en condiciones de llevar a cabo la transformación política de México. El PAN le parecía un partido provinciano, de estirpe católica, demasiado conservador. Y el PRD un amasijo de ex priistas y ex comunistas, sin credenciales democráticas, que, probablemente, de llegar al poder, restablecerían la tradición autoritaria y clientelista que pretendían combatir. Toquemos madera para que la realidad no confirme este sombrío augurio.

Lo que años antes había dicho y escrito Octavio Paz (Primero en la revista Plural y más tarde en El ogro filantrópico); a saber:

La institución presidencialista mexicana se parece, más que al presidencialismo norteamericano que la inspiró, a la dictadura de la antigua Roma (...) Nuestros presidentes son dictadores constitucionales, no caudillos”. (Rodríguez Ledesma, 1996: 338-339).

Alejandro C. Manjarrez